ALEGRATE LLENA DE GRACIA


El relato de la Anunciación, cuya consecuencia primera e importante es la encarnación del Hijo de Dios, nos presenta la llamada de Dios a María para que se convierta en la Madre del Altísimo. Conocemos la respuesta de María: un sí, sin condiciones, aunque respetuoso y lleno del temor de Dios. María responde a la llamada e invitación de Dios con decisión: HAGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA. No es otra cosa sino su plena aceptación al cumplimiento de la voluntad de Dios, que quiere que todos los seres humanos se salven.

Un dato importante en ese relato lo constituye el saludo del Ángel.
No es un saludo cualquiera. Dice el texto que al oírlo, María se asustó o se preocupó. En parte, porque no lo esperaba, pero sobre todo por el tenor del saludo. No era una simple salutación, sino más bien un imperativo justificado con un reconocimiento: ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA, EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO.

El Ángel le pide a María que se alegre. Bien sabemos que la alegría es una de las actitudes que la Biblia presenta para hacer ver la sintonía y comunión con Dios. El Apóstol Pablo recuerda que hay que estar alegres en el señor. No es otra cosa sino el fruto de la fe que permite el encuentro continuo con Dios. Por eso Isabel también le dirá a María “Feliz”, porque ha creído. ALÉGRATE: saludo del Ángel, que es además un reconocimiento. Mantenerse en esa comunión con el Señor que le está invitando a una misión más que importante, ser la madre del Altísimo.

¿Por qué debe estar alegre María? El mismo saludo del Ángel incluye las razones. En primer lugar porque está llena de gracia y, en segundo lugar, porque el Señor está con ella. Ambas realidades caminan juntas. María ha sido favorecida por Dios, quien la ha llenado de su gracia. Este es el argumento para poder reconocer a María como concebida sin pecado original. El texto bíblico original debería traducirse “que has sido llenada de la gracia o del don (carisma) de Dios”. Dios mismo ha actuado en ella para prepararla a la misión de ser Madre del Altísimo. Mucha gente quiere reducir este “llena de gracia” a una belleza física o a unas cualidades espirituales especiales. Sin embargo, el contexto nos permite entender que ella ha sido favorecida por una especial elección-consagración de parte de Dios: Por eso es LLENA DE GRACIA. Es decir, tiene la gracia, el don de Dios que la libera del pecado original y le permite entrar en su papel de Madre del Altísimo. Así, hasta podríamos decir que no se trata sólo de un saludo, sino de un reconocimiento, de una felicitación que el mismo Ángel le está dando.

Reafirma, también, este saludo-felicitación la otra expresión a la que alude el texto evangélico: EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO. No es un deseo o futurible, sino una realidad presente en María. El Ángel no le está diciendo o deseando a María que el Señor esté con ella. Está diciéndole que ya el mismo Señor está con ella. Le ha llenado de su gracia y permanece con ella, para así poder realizar el milagro de la encarnación. Además asegura la comunión con Él por parte de María. Vuelve a salir, entonces, el tema de la iniciativa divina. Es Dios quien elige, quien consagra, quien la llena de su gracia y quien está con ella.

La lectura atenta de este relato evangélico nos interpela a todos nosotros. Ciertamente que el caso de María es único dentro de la historia de la salvación. Pero, al meditar y contemplar lo que el Ángel le dice, desde la perspectiva de que María es nuestro modelo de vida cristiana, se nos está señalando que también nosotros podemos vivir –desde nuestro horizonte y situación particular– la misma experiencia. Estamos llamados a estar alegres en el señor. La razón es clara: el fruto bendito del vientre de María es quien nos ha conseguido una gracia muy especial con la que somos transformados y llenos del amor de Dios: nos ha hecho capaces de ser hijos de Papa Dios (Cf. Jn 1,12); así el mismo Dios está con nosotros.

En nuestra preparación inmediata a la Navidad, este relato nos alienta a imitar a María que supo decir un sí sin condiciones a Dios. Pero, a la vez, nos recuerda que ella fue liberada de todo aquello que impedía su salvación y se convirtió así en la Madre del salvador. Este nos llena de su gracia. Así nos lo recuerda el prólogo de Juan cuando afirma que de “su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia”… Él ha hecho posible que nos llenemos de su gracia y que Dios esté siempre con todos nosotros.

María, quien nos conduce a Cristo, es el modelo de lo que el mismo Dios realizará con nosotros. Por eso, junto con el Ángel podemos decir siempre: ALÉGRATE MARÍA, LLENA DE GRACIA, EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO…

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL.

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