¡A producir los talentos!


                El talento era una unidad monetaria que se usaba en la antigüedad. No era una moneda sino que era una medida para indicar un número de monedas o su equivalente en plata. Un talento equivalía a unos 32 kilos de plata. Todavía hoy sería bastante dinero.
                El uso de este término por parte del Señor en el Evangelio ha introducido un significado nuevo en el idioma: cuando hoy se habla de talento se refiere a las capacidades que muestra una persona para desarrollar una determinada actividad.
Ésta es la razón por la cual cuando escuchamos a un joven cantando decimos que tiene talento, o cuando alguien posee destrezas para resolver ciertas situaciones se dice que tiene un talento especial.
                De este Evangelio de Jesús nos deben quedar claros algunos puntos:
  • Todos –quien más, quien menos– hemos recibido del Señor algunos talentos. Que otros no lo sepan o no lo valoren no tiene nada que ver. Es suficiente que lo sepamos nosotros. Ese “talento” no necesariamente es algo visible: puede ser el don de escuchar, de aconsejar, resolver situaciones o hasta de cocinar muy bien.
  • Cada “talento” que nos ha dado el Señor es una riqueza que no debemos quedárnosla. No tiene sentido. El Señor nos la ha dejado para que podamos poner nuestro “grano de arena” para hacer de este mundo un mundo mejor. Si nos lo quedamos o lo usamos solo para nuestro provecho estaremos alejándonos de la Voluntad del Señor.
  • No será ninguna excusa ante Nuestro Señor el que teníamos poco que dar. Lo  poco que creamos que el Buen Dios nos ha concedido debemos ponerlo a disposición de los demás.
Bajo ningún concepto el cristiano ha de aprovecharse de la necesidad de otro. Si por nuestros servicios se ha de cobrar un precio justo, ha de hacerse así, pero nunca pedir de más aprovechando la necesidad del otro.
El cristiano no debe olvidar que el bien o el mal que se hagan al otro, es el bien o el mal que le hacemos al mismo Jesús. Por ello, esa riqueza –los talentos– que nos ha dejado Nuestro Salvador hemos de hacerla producir para los demás. Si no, el Señor nos lo reclamará.

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