¿Preparados?
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El
inicio del Adviento nos trae una llamada de atención: hemos de estar
preparados para recibir al Señor, pues no sabemos ni la hora ni el
momento en el que llegará. Ciertamente que se trata de una venida al
final de los tiempos. Pero, siendo el adviento un tiempo que nos permite
prepararnos a la gran fiesta de la Navidad, esta llamada de atención es
una oportunidad para centrar nuestro pensamiento y nuestra vida en lo
esencial: la centralidad de la Persona de Jesús en nuestras vidas.
Preparar la Navidad es ayudarnos a estar listos para recibir en todo
momento al Señor, quien se manifiesta en su Palabra y de tantos modos.
Sin embargo, podríamos dar la impresión de que nos hemos dejado ganar.
Ya el mundo del consumismo y del materialismo hasta se nos ha adelantado
desde hace varias semanas: las publicidades y los adornos “navideños”
así lo indican. La preparación que propone el mundo es de otro tipo:
comprar, consumir, gastar… con todo lo que ello lleva de consecuencias:
discriminar a los que menos tienen, darle a la navidad un sentido pagano
y mezquino, pensar en el Niño Dios como un elemento cultural y no con
el auténtico sentido de la misión que viene a cumplir
Por eso,
al iniciar el adviento, que es un tiempo de esperanza, la Iglesia nos
invita a que no nos distraigamos. La auténtica preparación a la Navidad y
a la espera del Señor pasa por una actitud de sabiduría: “quien tenga
oídos que escuche”. Es decir, abrir la mente y el corazón para entender
el mensaje perenne de la Palabra de Dios. Y, entonces, tomar la actitud
de María: guardar todas esas cosas y meditarlas en el corazón, para
irlas convirtiendo en testimonio de vida.
La Navidad próxima se
nos presenta como una fiesta de alegría. Pero no puede ser la de una
alegría bullanguera como la que ofrece el mundo. La auténtica alegría,
como nos la propone la Palabra de Dios, es aquella que se enraíza en la
fe. Por eso, a María se le dice “Feliz tú que has creído”. Es una
alegría que descubre el verdadero sentido de nuestra vida, el que le da
precisamente la acción salvífica del Niño Dios, cuyo nacimiento vamos a
celebrar.
San Pablo, en la Carta a los Corintios, describe los
frutos de esa alegría que debe caracterizar a la comunidad cristiana:
“el testimonio que damos de Cristo ha sido confirmado en ustedes a tal
grado, que no carecen de ningún don, ustedes, los que esperan la
manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él los hará permanecer
irreprochables hasta el fin…” La preparación continua a la espera del
Señor y, en especial en el tiempo de adviento y navidad, nos impulsa al
encuentro con Cristo en la Palabra, en la eucaristía, en la caridad… Así
podemos revivir continuamente el don del Espíritu que hemos recibido
para manifestar con nuestro testimonio el Reino de Dios.
Aquí
encontramos cómo hemos de prepararnos. Lo más importante es que abramos
nuestras vidas, con nuestras familias y comunidades, a la presencia viva
del Señor que nos da la libertad, la salvación y la certeza de su amor.
Es tiempo de auténtica preparación, no nos dejemos ganar por los
criterios del mundo…
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
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