La envidia, cosa mala...
El
Evangelio de la Misa de hoy tiene como mensaje principal la generosidad de
Dios, que va más allá de la propia justicia. No obstante, esta parábola tiene
muchos detalles sobre los cuales podríamos hacer una reflexión.
Cuando
los trabajadores reclaman al patrón el por qué los que habían trabajado menos
habían recibido lo mismo que ellos, el patrón les responde: ‘Amigo,
yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un
denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo
mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a
tenerme rencor porque yo soy bueno?’.
Una
de las cosas que ve el patrón en sus trabajadores es la envidia. Y sobre este
punto quisiera dejarte algunas consideraciones.
La
envidia es la tristeza, pesar y resentimiento por la felicidad, la prosperidad
y el bien del prójimo. No olvidemos que la envidia es uno de los pecados
capitales, es decir, que es fuente y origen de otros pecados. De la envidia
puede surgir el odio. También la envidia da lugar con frecuencia al
resentimiento: el envidioso trata de compensar el menosprecio que se imagina le
causan los éxitos ajenos, denigrando o rebajando los méritos del envidiado ante
los ojos propios o ajenos. Para ello, le atribuye debilidades, faltas e incluso
pecados. Si descubre algún pecado real lo propaga enseguida, aumentándolo. Si
no puede negar la evidencia de superioridad del envidiado, tratará de
empequeñecerlo y quitarle meritos e importancia.
Dice
Santo Tomás de Aquino que la envidia tiene otras cuatro hijas: la murmuración,
la difamación, el gozo en lo adverso y la aflicción en lo próspero.
Cuando
alguien tiene envidia, el único perjudicado es el envidioso porque el corazón
se reseca y se envenena, pierde la capacidad de amar por algo que no vale la
pena. Sentir envidia es también un síntoma de que necesitamos ejercitarnos en
el desprendimiento de las cosas materiales.
Para
eliminar la envidia debe hacerse una purificación del corazón. Para ello hay
que pedir al Señor que nos aleje de toda tentación y nos dé la sabiduría de
apreciar lo valioso de las demás personas. Además, hace falta practicar obras
de caridad, si es posible, con esas mismas personas con las que estamos
tentados de envidia.
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