María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón
Este año, el Buen Dios nos ha
regalado que en el día dedicado al descanso y nuestra santificación, celebremos
también a la Madre del cielo: Nuestra Señora de Coromoto, patrona de Venezuela.
Todas las lecturas de la Santa Misa son preciosas, pero quiero detener tu
atención sobre el final del Evangelio: María,
por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.
La presencia de María en la vida
de la Iglesia y de los cristianos no es algo meramente accesorio. Ella ha
jugado un papel de insustituible importancia en el plan de Dios al ser el medio
por el que el Salvador unió su vida a nuestra historia, al acompañar a Cristo
en su vida y estar presente en el inicio de la vida de la Iglesia. Sin embargo,
la grandeza de esta mujer se debió a su fidelidad: “¿Quién es mi madre...? Quien
hace la voluntad de mi Padre que está en cielo. Ésa es mi madre” (Mt
12, 48-49).
Hoy, “meditar” tiende a
confundirse con otras actividades un poco extrañas, traídas sobretodo de
culturas orientales. Eso no es lo que hacía María, nuestra Madre. Meditar es
considerar todos los sucesos de la vida a la luz de la Palabra. Eso es lo que
hacía nuestra Madre y es lo que debemos hacer nosotros.
Dice el Papa Benedicto XVI:
“Hoy no quiero hablar sobre la totalidad de
este camino de la fe, sino sólo sobre un pequeño aspecto de la vida de oración,
que es la vida de contacto con Dios, es decir, sobre la meditación. Y ¿qué es
la meditación? Quiere decir: «hacer memoria» de lo que Dios hizo, no olvidar
sus numerosos beneficios (cf. Sal 103, 2b). A menudo vemos sólo las cosas
negativas; debemos retener en nuestra memoria también las cosas positivas, los
dones que Dios nos ha hecho; estar atentos a los signos positivos que vienen de
Dios y hacer memoria de ellos. Así pues, hablamos de un tipo de oración que en
la tradición cristiana se llama «oración mental». Nosotros conocemos de
ordinario la oración con palabras; naturalmente también la mente y el corazón
deben estar presentes en esta oración, pero hoy hablamos de una meditación que
no se hace con palabras, sino que es una toma de contacto de nuestra mente con
el corazón de Dios. Y María aquí es un modelo muy real. El evangelista san
Lucas repite varias veces que María, «por su parte, conservaba todas estas
cosas, meditándolas en su corazón» (2, 19; cf. 2, 51b). Las custodia y no las
olvida. Está atenta a todo lo que el Señor le ha dicho y hecho, y medita, es
decir, toma contacto con diversas cosas, las profundiza en su corazón.
[...]
En nuestro tiempo estamos
absorbidos por numerosas actividades y compromisos, preocupaciones y problemas;
a menudo se tiende a llenar todos los espacios del día, sin tener un momento
para detenerse a reflexionar y alimentar la vida espiritual, el contacto con
Dios. María nos enseña que es necesario encontrar en nuestras jornadas, con
todas las actividades, momentos para recogernos en silencio y meditar sobre lo
que el Señor nos quiere enseñar, sobre cómo está presente y actúa en nuestra
vida: ser capaces de detenernos un momento y de meditar. [...] Así pues,
meditar quiere decir crear en nosotros una actitud de recogimiento, de silencio
interior, para reflexionar, asimilar los misterios de nuestra fe y lo que Dios
obra en nosotros; y no sólo las cosas que van y vienen. Podemos hacer esta
«rumia» de varias maneras, por ejemplo tomando un breve pasaje de la Sagrada
Escritura, sobre todo los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Cartas
de los apóstoles, o una página de un autor de espiritualidad que nos acerca y
hace más presentes las realidades de Dios en nuestra actualidad; o tal vez,
siguiendo el consejo del confesor o del director espiritual, leer y reflexionar
sobre lo que se ha leído, deteniéndose en ello, tratando de comprenderlo, de
entender qué me dice a mí, qué me dice hoy, de abrir nuestra alma a lo que el
Señor quiere decirnos y enseñarnos. También el santo Rosario es una oración de
meditación: repitiendo el Avemaría se nos invita a volver a pensar y
reflexionar sobre el Misterio que hemos proclamado. Pero podemos detenernos
también en alguna experiencia espiritual intensa, en palabras que nos han
quedado grabadas al participar en la Eucaristía dominical.
Queridos amigos, la
constancia en dar tiempo a Dios es un elemento fundamental para el crecimiento
espiritual; será el Señor quien nos dará el gusto de sus misterios, de sus
palabras, de su presencia y su acción; sentir cuán hermoso es cuando Dios habla
con nosotros nos hará comprender de modo más profundo lo que quiere de
nosotros. En definitiva, este es precisamente el objetivo de la meditación:
abandonarnos cada vez más en las manos de Dios, con confianza y amor, seguros
de que sólo haciendo su voluntad al final somos verdaderamente felices” (17 de
agosto de 2011)
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