Si no hacemos nada, no nos quejemos
Las lecturas de hoy son una campanada a nuestra vida cotidiana. Por eso, léelas y medítalas despacio.
Hace muchos años, un presidente de los Estados Unidos llamado John Kennedy, cuando tomó posesión de su cargo, lanzó un grito que se convirtió en una especie de proyecto sobre ese país: “No preguntes que puede hacer América por ti, pregúntate que puedes hacer tú por América”. En ese momento, ese país estaba pasando por una crisis de valores seria, y la concepción generalizada es que “los demás” tenían que hacer algo, pero nadie se planteaba que “cada quien” debía poner su grano de arena.
Una situación similar ocurre hoy en Venezuela. Todo el mundo se queja de que ya no hay valores, que se ha perdido el respeto por las cosas nobles y sagradas, todo es una trampa y un “guiso”, etc. Bien, pero, la culpa es solo nuestra, de nadie más. Fíjate un poco:
Si predicamos que cada quien puede hacer lo que le da la gana, y callamos ante lo malo que hacen los demás, entonces no te quejes: están haciendo lo que les da la gana.
Si decimos a los cuatro vientos que todo es corrupción, que nada se hace “sin bajarse de la mula”, pero tú lo haces, entonces no te quejes: estás aupando con tu acción esa misma corrupción de la que te quejas.
Si cuando escuchas a un joven o a un niño diciendo malas palabras, lo que haces es sonrojarte o voltear la mirada y no lo corriges, no te quejes: con tu silencio estás cohonestando su mal hablar.
Y podríamos seguir poniendo ejemplos. Creo que ya sabes a lo que me refiero.
Hoy las lecturas de la Misa nos invitan –a todos sin excepción– a que perdamos el miedo a corregir. De hecho, es un mandato divino corregir al que está equivocado o al que lleva su vida por mal camino. La razón es muy sencilla: Somos también responsables de la vida y salvación de los demás: “Si yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de su vida. En cambio, si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida” (Ez 33, 7-9). Si esa persona forma parte de la Iglesia porque ha recibido el bautismo, entonces es hermano nuestro. Hay una responsabilidad mayor. Nuestro Señor así nos enseña: “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano”.
Si queremos que los cristianos influenciemos sobre nuestra sociedad, entonces perdamos el miedo a corregir: es un mandado divino. Así pondremos nuestro grano de arena para hacer de nuestra sociedad una sociedad mejor y una Iglesia mejor.
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