La importancia de los pequeños detalles

Las grandes obras están llenas de pequeños detalles. Son los pequeños detalles los que dan la perfección a un trabajo. No es una enfermedad de escrúpulos ni perfeccionismo sino una realidad que consciente o inconscientemente todos aceptamos.

Para explicarnos mejor: nadie volvería a un restaurant donde la comida está mal hecha o mal presentada. Una torta es mucho más agradable cuando está bien hecha y bien adornada. Se agradece el regalo de un aparato que funcione bien y no uno defectuoso, entre otras cosas.

Los pequeños detalles marcan la perfección. Y es precisamente la perfección lo que espera Dios de nosotros.

Ya en el Antiguo Testamento, existía un mandato según el cual todo lo que era ofrecido a Dios debía ser perfecto. No olvidemos que la razón por la que a Yahweh no agradó la ofrenda de Caín fue precisamente porque este no ofreció lo mejor de su trabajo (Gen 4,6-7). Con el paso del tiempo y las diversas situaciones históricas, el Pueblo de Israel, sacerdotes incluidos, comenzaron a descuidar el trato con el Señor y ofrecían a Yahweh cualquier cosa. Los profetas reclaman este particular con mucha fuerza:

«El Señor todopoderoso dice a los sacerdotes: "Los hijos honran a sus padres, y los criados respetan a sus amos. Pues si yo soy el Padre de ustedes, ¿por qué ustedes no me honran? Si soy su Amo, ¿por qué no me respetan? Ustedes me desprecian, y dicen todavía: '¿En qué te hemos despreciado?' Ustedes traen a mi altar pan indigno, y preguntan todavía: '¿En qué te ofendemos?' Ustedes me ofenden cuando piensan que mi altar puede ser despreciado y que no hay nada malo en ofrecerme animales ciegos, cojos o enfermos." ¡Vayan, pues, y llévenselos a sus gobernantes! ¡Vean si ellos les aceptan con gusto el regalo! Pídanle ustedes a Dios que nos tenga compasión. Pero si le hacen esa clase de ofrendas, no esperen que Dios los acepte a ustedes con gusto. El Señor todopoderoso dice: "¡Ojalá alguno de ustedes cerrara las puertas del templo, para que no volvieran a encender en vano el fuego de mi altar! Porque no estoy contento con ustedes ni voy a seguir aceptando sus ofrendas. En todas las naciones del mundo se me honra; en todas partes queman incienso en mi honor y me hacen ofrendas dignas. En cambio, ustedes me ofenden, pues piensan que mi altar, que es mi mesa, puede ser despreciado, y que es despreciable la comida que hay en él. Ustedes dicen: '¡Ya estamos cansados de todo esto!' Y me desprecian. Y todavía suponen que voy a alegrarme cuando vienen a ofrecerme un animal robado, o una res coja o enferma. ¡Maldito sea el tramposo que me promete un animal sano de su rebaño y luego me sacrifica uno que tiene defecto! Yo soy el gran Rey, y soy temido entre las naciones."» (Mal 1, 6 – 14)

Las cosas que se ofrecen a Nuestro Señor deben ser bien hechas, bien acabadas, cuidadas en los pequeños detalles.

Hoy, Domingo dedicado a la Santísima Trinidad, todos deberíamos reflexionar sobre una costumbre indispensable en nuestra vida cristiana. Los cristianos católicos de todo el mundo invocamos a la Santísima Trinidad cuando nos santiguamos. Es la costumbre más elemental. Sin embargo, hay que admitir, con dolor, que cada vez se hace con menos respeto y hasta se deja de invocar a la Santísima Trinidad.

La manera correcta de hacerlo es llevando la mano derecha a la frente, luego al pecho (más o menos al final del esternón), luego al hombro izquierdo y finalmente al hombro derecho. Cuando de lleva la mano a la frente se dice: “En el nombre del Padre”, cuando la mano llega al pecho se dice: “y del Hijo”; en el hombro izquierdo: “y del Espíritu”; en el hombro derecho: “Santo. Amén”. Se hace con pausa, con serenidad y solemnidad. Debemos ser conscientes de que estamos invocando la presencia y la protección de la Santísima Trinidad: es un pequeño momento de oración.

No lo hacemos por sortilegio, no lo hacemos por moda, no lo hacemos por payasada. Lo hacemos porque somos hombres y mujeres de fe y porque al invocar el nombre del Todopoderoso reconocemos nuestra pequeñez frente a Él e invocamos su presencia, ayuda y protección contra el mal.

Ofrece al Omnipotente una acción bien acabada en sus pequeños detalles. Dios te bendiga.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

La segunda venida del Señor y el fin del mundo