Jesús, pan de vida para Venezuela
La Solemnidad de Corpus Christi es una ocasión que el Espíritu Santo brinda a su Iglesia para que reflexionemos sobre el pilar de nuestra vida cristiana. En nuestra parroquia, y en sintonía con el Congreso Eucarístico Nacional, hemos dedicado la semana pasada a la meditación y adoración a nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía y prepararnos convenientemente a la celebración de esta Solemnidad.
Comenzamos la semana contemplando la fuente de la vida cristiana: Jesús es el Pan de vida. Una vida sin Cristo Jesús implica necesariamente un vacio en el alma que se trata de llenar con cosas materiales, egoísmo, culto a la personalidad, vicios, en definitiva, con cosas que nos alejan cada vez más de Cristo.
Seguidamente, nuestra meditación se centró en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. “Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza” (Tomás de Aquino). Todos los cristianos debemos recobrar y reforzar nuestra fe en que Jesús, Dios y Hombre verdadero, está presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, vivo y glorioso como está en el Cielo, en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Y eso debe notarse en detalles: visitar al Santísimo apenas se entra en el Templo, orar delante del Santísimo, hacer comuniones espirituales, etc.
Dedicamos un día a reflexionar sobre la oración. La oración bien hecha es un alimento de nuestra fe en Cristo Jesús. Debemos recobrar y fortalecer el hábito de orar delante del Sagrario. Todos debemos comenzar a valorar la adoración y la oración de alabanza, especialmente con el canto.
Destinamos un día a pedir por el Santo Padre, por los obispos, por los sacerdotes, por los diáconos y seminaristas. Al mismo tiempo reflexionamos sobre la decisión del Señor de escoger a algunos hombres para destinarlos al servicio de la Eucaristía. No obstante hayan sido elegidos para esta alta misión, no quiere decir que están exentos de errores, de tentaciones de desvirtuar el culto eucarístico. Es por ello que pedimos al Señor Sacramentado por la fidelidad de sus ministros, de manera especial cuando decimos la jaculatoria: “Señor, danos sacerdotes. Señor, danos santos sacerdotes. Señor, danos muchos y santos sacerdotes”.
El penúltimo día la reflexión giro sobre la forma eucarística de la vida cristiana y ofrecimos la adoración por la forma más excelsa de esta forma eucarística: la vida consagrada. El Papa Benedicto XVI nos enseña que la vida del cristiano debe configurarse no solo alrededor de Jesús en la Eucaristía, sino también tener forma eucarística, es decir, que todas las acciones de nuestra vida deben ser ofrecidas en Cristo Jesús para la gloria de Dios Padre. Como nos enseña San Pablo: “ya estén comiendo o bebiendo, ya hagan cualquier cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1Cor 10,31). Todo lo que hacemos podemos ofrecerlo con Jesucristo: nuestro trabajo, los quehaceres de la casa, nuestros ratos de diversión, nuestras comidas, nuestras alegrías, nuestras tristezas y dolores... en una palabra: todo. Y lo que ofrecemos al Padre en Cristo podemos ofrecerlo por alguna intensión. Podemos hacer de nuestra vida una constante Eucaristía.
El último día lo ofrecimos por los jóvenes y los niños. Reflexionamos ese día sobre la amistad con Jesús. El que Jesús haya decidido quedarse en la Eucaristía es una señal de amistad que espera correspondencia. Jesús no es un Dios lejano, todo lo contrario: es nuestro amigo Jesús. A Él lo tratamos con respeto, pero también con amistad. Podemos acudir confiadamente, hablar con Él, contarle nuestras cosas, pedirle por nuestras intensiones. En la celebración de la Santa Misa, podemos poner nuestra vida y todas nuestras intensiones, para que como buen amigo las presente a Dios Padre en nuestro nombre.
Finalmente, en el día de hoy, tendremos la procesión con el Santísimo Sacramento. El Papa nos recuerda que en la procesión de Corpus Christi “Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por los calles de nuestra ciudad. Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida diaria, a su bondad. Que nuestras calles sean calles de Jesús. Que nuestras casas sean casas para él y con él. Que nuestra vida de cada día esté impregnada de su presencia. Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida. La procesión quiere ser una gran bendición pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. Que su bendición descienda sobre todos nosotros” (26 de mayo de 2005)
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