La profundidad de la parábola del Samaritano
La parábola que nos presenta el Evangelio de la Misa de hoy posee una profundidad especial, que dice mucho más que ayudar al que está en necesidad. Para alcanzarlo, hemos de considerar algunos elementos que se encuentran en la Sagrada Escritura.
El primer elemento es la enemistad histórica entre judíos y samaritanos. Ésta nace por cuestiones políticas después de la muerte del Rey Salomón. Hace dos domingos escuchábamos que una aldea de Samaría no quería recibir al Señor porque iba camino a Jerusalén. En definitiva, ni se trataban ni se tragaban.
Por otra parte, existía un precepto en la ley mosaica que prohibía participar en el culto a aquellos que tocaran personas que estaban sangrando. Quedarían impuros y no podrían participar en las actividades de culto en el Templo de Jerusalén.
Muchas cosas nos enseña el Señor en esta parábola. Fijémonos en los detalles. El hombre venía de Jerusalén, es de suponer que era judío. Lo dejan medio muerto unos maleantes, con lo cual, la situación en la que se encuentra no es su culpa. El sacerdote y el levita no se detienen porque, al atenderlo no podían participar en el culto, al que seguramente iban. Es el samaritano quien lo atiende.
En primer término, el Señor quiere dejar en claro que la caridad – ayudar al que está en una necesidad inculpable– es un deber que está por encima de los deberes religiosos. Por esta razón, no ofende a Dios quien no asiste a Misa el domingo porque cuidaba a un enfermo o asistía a alguien que estaba en necesidad.
En segundo término, se deben romper las divisiones que han hecho los hombres. Eso no debe ser jamás un obstáculo para ayudar a los demás. Si alguien pone como condición ayudar a otro algún tipo de preferencia o división (sea del género que sea) no solo está cometiendo una gran injusticia sino también una gravísima ofensa a Dios, Nuestro Señor.
Para terminar, el doctor de la ley acude a un recurso muy común para justificar su propia falta: jugar con las palabras. Y he aquí donde Jesús le dice esta parábola que le hiere. Fíjate que, en la respuesta, el doctor de la ley no responde “el samaritano” sino “el que tuvo compasión de él”.
Ante Dios no tenemos excusas. Lo que Dios nos pide, como escuchamos en la primera lectura, es perfectamente razonable. Sólo queda que purifiquemos el corazón y saquemos todos los obstáculos que impiden que podamos cumplir su Voluntad en todas las circunstancias de la vida.
Que Dios te bendiga.
Excelente!!
ResponderEliminarSiempre me he sentido atraída particularmente por esta parábola y otras dos: (El buen Samaritano, la de la samaritana, y la de los mercaderes del Rey). Pero nunca la habia entendido tan bien, y con tantos detalles!!
Gracias!!