¡Quien quiere besar busca la boca!

Este conocido refrán indica que quiere hacer algo busca el modo y la manera, a no ser que sea materialmente imposible. Esto sirve para muchos aspectos de nuestra vida, también para la vida espiritual.

El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, cuando habla sobre la oración, toca un punto muy particular: las objeciones a la oración. En el nº 573 dice: ¿Cuáles son las objeciones a la oración? Además de los conceptos erróneos sobre la oración, muchos piensan que no tienen tiempo para orar o que es inútil orar. Hoy podríamos añadir más, pero sin duda éstas son las principales: no tengo tiempo o no sirve para nada.

Aunque resulte curioso, ambas opiniones tienen en común una marcada inclinación por las cosas materiales. No sirve porque no es productiva o porque prefiero dedicar el tiempo a otra cosa “más productiva”, olvidando, como siempre, que no solo somos cuerpo sino que también somos alma.

En el Evangelio de hoy, Marta se multiplicaba para atender a todos los que estaban en casa y levanta su voz de queja a Jesús porque su hermana la había dejado sola. El Señor le contesta: “muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. Muchas cosas te preocupan y te inquietan… La respuesta del Señor es una llamada de atención.

Para orar lo que se requiere es querer orar. Todo lo demás viene por añadidura. Podemos destinar un tiempo diario y aprovechar los diversos momentos de nuestra jornada. 

Podemos servirnos de las diversas oraciones vocales como también hablar con el Señor en un diálogo amistoso o meditar algún pasaje de la Sagrada Escritura. Podemos visitar al Señor en el Sagrario o si nos es imposible, dirigir nuestra mente y corazón a Él. Y este convencimiento no es nuevo. Ya San Juan Crisóstomo (siglo IV) decía: Es posible, incluso en el mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y fervorosa oración. Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o incluso haciendo la cocina.

No resulta una buena excusa decir que no se tiene tiempo para orar. Es más sincero decir que no se quiere, que se tiene miedo de encontrarse con el Señor. Y es una lástima porque la oración es el alimento de nuestra alma, nos regala paz y aumenta nuestra confianza con Dios. ¡Y eso sirve de mucho!

Como escuchábamos algunos domingos atrás, la paz es un tesoro inmenso del que podemos gozar si tenemos a Dios en el corazón, en nuestra vida. Así pues: oremos por la paz, por nuestra paz, para tener paz en nuestra vida.

Que Dios te bendiga.

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