La paz sea contigo
El saludo normal en la comunidad de Israel era “Shalom aleijem” que traducido significaría: “La paz esté contigo”. Era algo más que un saludo.
De hecho, cuando un israelita deseaba la paz a un hermano, le estaba dando una bendición: invocaba el favor del Señor sobre ese hermano suyo. La oración con la que el Sumo Sacerdote debía bendecir al Pueblo de Israel terminaba con la paz: “¡Yahweh te bendiga y te guarde! ¡Yahweh haga resplandecer su rostro sobre ti y te mire con buenos ojos! ¡Yahweh vuelva hacia ti su rostro y te dé la paz!” (Num 6, 24 – 26)
Las lecturas de hoy nos hablan también de la paz. En la primera lectura, Isaías anuncia que el Señor hará llegar su paz a Jerusalén como un río, San Pablo dice que la paz y la misericordia de Dios serán la recompensa de todo aquél que viva según el hombre nuevo, según la voluntad de Cristo Jesús. Y en el Evangelio, Nuestro Señor manda a sus discípulos a predicar, y les dice: “Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes, se cumplirá; si no, no se cumplirá”.
Hoy el término “paz” tiene un significado de ausencia de guerra o de conflictos. No obstante eso sea cierto, no hemos de olvidar que la paz social solo advendrá cuando cada uno de los que conforman el tejido social goce de paz interior.
La paz interior, como escuchamos hoy a San Pablo, es fruto del esfuerzo de cada cristiano por vivir tal cual Dios quiere, manteniendo nuestras pasiones bajo control, llevando una vida conforme con la voluntad de Dios, siguiendo los dictámenes de la recta conciencia. Ese es el principio. Si todos viviéramos así la paz en la comunidad sería una realidad.
¿Qué pasa cuando nuestra paz es perturbada por otros? Debemos dar nuestra respuesta específicamente cristiana: lo primero, saber llevar a Nuestro Señor nuestras preocupaciones: “No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4, 5-7) y siguiendo su consejo actuar en consecuencia. Se debe buscar en todo la justicia, purificando nuestras acciones de cualquier sentimiento que la pueda entorpecer: la justicia y la paz se besan (Sal 85, 11)
En cualquier caso, la paz es el fruto del Espíritu Santo por el que busca cumplir siempre la Voluntad de Dios: Mucha paz tienen los que aman tus preceptos, Señor, nada los hará tropezar (Sal 119, 165), sin este requisito –la sincera disposición de agradar al Señor– no es posible la paz. Y ese requisito lo menciona el Señor: “si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes, se cumplirá; si no, no se cumplirá”.
Jesús, con su misión salvífica, ha destruido muchos prejuicios que eran un obstáculo para la paz entre los hombres y para cada ser humano. Nos ha dejado un camino de salvación que nos regala la paz. Más aún: “Cristo es nuestra paz” (Ef 2, 14)
Para terminar, el deseo de paz es una bendición. Nosotros en Venezuela tenemos una maravillosa costumbre que estamos dejando perder. Esa costumbre es la de pedir la bendición y dar la bendición. Ya a los hijos no se les enseña a pedir la bendición. ¡Si supieran de cuántas cosas malas librarían a sus hijos si les enseñaran a pedir la bendición y los padres se las dieran de todo corazón! La bendición de un padre a sus hijos es tan poderosa como la bendición de un sacerdote.
Por eso: ¡Que Dios te bendiga!
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