¿Qué es la misericordia?
Seguramente lo primero que nos vendría a la mente es un concepto similar a “compasión” o “lástima”. Probablemente en el lenguaje ordinario sea así, pero, en el lenguaje bíblico es un concepto mucho más rico.
Lo primero que hay que resaltar es que la misericordia es fruto del amor. Si las acciones no están movidas por el amor, no tienen mérito ante Dios. Esa es la razón por la cual Jesús nos enseña que se puede ayudar a alguien, pero si la intensión no es movida por el amor, no vale a los ojos de Dios: “Guárdense de las buenas acciones hechas a la vista de todos, a fin de que todos las aprecien. Pues en ese caso, no les quedaría premio alguno que esperar de su Padre que está en el cielo. Cuando ayudes a un necesitado, no lo publiques al son de trompetas; no imites a los que dan espectáculo en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los alaben. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio” (Mt 6, 1-2).
La misericordia es un atributo divino. Ya lo hemos escuchado en el Salmo 117: La misericordia del Señor es eterna. Es por ello que Nuestro Salvador corrige, enseña y perdona. Es el amor que mueve a Jesús a buscar el bien por diversos medios, enseñándonos el bien, corrigiendo cuando nos equivocamos y perdonándonos cuando estamos arrepentidos. En el Evangelio de este domingo de la Divina Misericordia (Jn 20, 19 – 31) Jesús deja a los Apóstoles y sus sucesores el poder de perdonar los pecados, y al mismo tiempo escuchamos cómo corrige a Tomás por no haber creído el testimonio de los demás. Todo ello es fruto de la misericordia divina.
No obstante, la misericordia no es únicamente un atributo divino, sino que debe ser una cualidad del discípulo de Cristo. No olvides lo que nos dejó dicho en las Bienaventuranzas: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia” (Mt. 5, 7). De hecho, el Señor hace un reclamo fuerte a los fariseos, tan fuerte que la tradición bíblica da el título de maldición: “¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes pagan el diezmo hasta sobre la menta, el anís y el comino, pero no cumplen la Ley en lo que realmente tiene peso: la justicia, la misericordia y la fe. Ahí está lo que ustedes debían poner por obra, sin descartar lo otro” (Mt 23, 23).
La misericordia se manifiesta en la vida de los discípulos de Cristo en la búsqueda del bien del prójimo, comenzando por los que están más cerca de nosotros. Debes ayudar, enseñar, corregir y perdonar movido por el amor a Dios y por el amor al prójimo, tal como nos enseña Jesús. Esta enseñanza la repite también San Pablo: “Que el amor sea sincero. Aborrezcan el mal y procuren todo lo bueno. Que entre ustedes el amor fraterno sea verdadero cariño, y adelántense al otro en el respeto mutuo. Sean diligentes y no flojos. Sean fervorosos en el Espíritu y sirvan al Señor. Tengan esperanza y sean alegres. Sean pacientes en las pruebas y oren sin cesar. Compartan con los hermanos necesitados, y sepan acoger a los que estén de paso” (Rom 12, 9 – 13).
¿Dios es misericordioso? Sí. Y nosotros debemos serlo también.
“Que tu misericordia, Señor, sobre nosotros como lo esperamos de Ti” (Sal 33, 22)
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