Rectificar nuestra manera de pensar
Hoy escuchamos en la Santa Misa tal vez la parábola del Señor más conocida: la parábola del hijo pródigo, o como se ha llamado también desde el 2015 en adelante: la parábola del padre amoroso o el padre misericordioso.
Es tan hermosa y profunda esta parábola que pueden hacer múltiples reflexiones sobre ellas, todas válidas y todas provechosas. No obstante, quisiera compartir tres pequeñas ideas que nos pueden ayudar a purificar nuestra fe y a vivirla mejor.
En primer término, el Señor relata esta parábola ante los fariseos y escribas que le criticaban que los pecadores se acercaban a Él. Hoy muchos católicos piensan de manera similar: creen que solo pueden acercarse al Maestro los puros e impecables. De esta manera cierran las puertas a la acción misericordiosa de Dios con los hombres. Como ha dicho el Señor en otra ocasión: “No tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos” (Mc 2, 17). Quienes de verdad necesitan acercarse más al Señor son los que están alejados. En el Evangelio lo escuchamos claro: los pecadores.
Segundo. Aunque ya hayamos podido reflexionarlo, nunca está de más repetirlo: No importa lo mal que hayamos hecho, el Señor siempre se muestra dispuesto al perdón, a la reconciliación. Ya el Señor lo dice: “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lc 15, 7). El padre, en la parábola, ordena hacer una fiesta porque un hijo suyo estaba muerto y ha vuelto a la vida. Y si prestamos atención a los detalles, el Evangelio dice: “Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos”. El Señor se muestra más que dispuesto con nosotros.
Finalmente, la reconciliación con el Padre solo es posible cuando reconocemos que nos hemos portado mal y damos el primer paso a una nueva vida. Así como el hijo díscolo: sólo cuando se dio cuenta de su miseria y del estado vergonzoso donde había caído, pudo dar el primer paso para cambiar. Eso se llama conversión: dejar nuestra vida alejada y acercarnos a Jesús que nos ofrece el perdón y la reconciliación. Démonos cuenta que el encuentro con el padre no es posible sin la decisión del hijo de ponerse en camino. No es posible el perdón sin nuestro esfuerzo por cambiar.
Hoy es una oportunidad maravillosa para rectificar nuestra forma de pensar y vivir. Para acercarse a Cristo Jesús el único requisito es querer hacerlo, no ser “perfecto”. No importa el mal que hayamos hecho, Jesús siempre está dispuesto al perdón y a la reconciliación. Y, la reconciliación con el Señor es siempre posible, pero necesitamos siempre dar el primer paso.
Que Dios te bendiga.
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