Lo extraordinario de ser diferentes

 Recitaba un dicho que escuché una vez en el extranjero: No importa si llegaste a la meta, importa cómo llegaste a ella. Este dicho daba a entender que, como todos somos diferentes, cada quien puede desarrollar sus potencialidades de manera diversa.

Algo similar ocurre en la vida de la Iglesia. Cada uno de nosotros es un ser único e irrepetible para Dios. Cada uno de nosotros ha tenido una educación e historia diversa de los otros, y cada quien ha nacido con unas potencialidades diversas. Cada uno de nosotros puede desarrollarlas de diversas maneras. Si bien, todos hemos recibido los frutos de la salvación hecha por Cristo, el Espíritu Santo nos concede los dones para que podamos dar fruto en buenas obras para el beneficio de la Iglesia. Cada quien responde personalmente.

Esto hace que la Iglesia goce de una riqueza particular. Así lo escuchamos en la primera carta a los Corintios: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. (1Co 12, 4 - 7)

Todos tenemos la obligación de construir la Iglesia. Cada uno de nosotros, como dice San Pedro en su primera carta: “También ustedes, como piedras vivas, se han edificado y pasan a ser un Templo espiritual” (1Pe 2, 5). El edificio será más sólido cuanto más sólidas sean las piedras que lo conforman. Cada uno de nosotros debe procurar ser íntegro en la vivencia de la fe, para construir una Iglesia según el corazón de Cristo.

Es aquí donde el Espíritu Santo juega un papel importante: es Él quien con sus dones y los frutos nos ayuda para que seamos íntegros en la vivencia de nuestra fe y que podamos desarrollar nuestras potencialidades en favor de la Iglesia, para ayudarla a crecer y ser un testimonio particular de Cristo.

Hoy, en la fiesta de Pentecostés, es una oportunidad maravillosa para pedir que descienda sobre la Iglesia la fuerza del Espíritu Santo, para que cada uno de nosotros bautizados reciba la fortaleza necesaria para vivir y dar testimonio ante los demás, la sabiduría para buscar al Señor, el consejo para saber discernir lo mejor en cada momento de nuestra vida, el entendimiento para conocer el mensaje de salvación, la piedad para tratar a Dios como Padre y a los demás como hermanos, la ciencia necesaria para no dejarnos llevar por las cosas de este mundo y el temor de Dios necesario para no ofenderle jamás.

¡Que descienda sobre nuestra comunidad un nuevo Pentecostés! Dios te bendiga.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

La segunda venida del Señor y el fin del mundo