¿Qué podemos aprender de la entrada de Jesús a Jerusalén?
En los diferentes relatos de los Evangelios encontramos como un elemento común el que la gente que se encontraba en Jerusalén por la fiesta de la Pascua aclamó a Jesucristo como rey. Ese gesto puede tener diversos orígenes: Mucha gente vio los milagros que Jesús realizaba. Seguramente estuvieron presentes cuando el Señor realizó la multiplicación de los panes y los peces. Sin duda habrán presenciado, en más de una ocasión, alguna sanación. Casi todos conocieron la resurrección de Lázaro. Esa gente tendría múltiples motivos para manifestar su deseo de que Jesucristo fuese su rey.
Jesucristo quiere ser rey, pero no como quieren esas gentes. Como escuchamos también en los evangelios, su reinado no es de este mundo (Jn 18, 36).
Desde el inicio de la cristiandad, los fieles han tenido claro que el reinado de Jesús no tenía que ver con las realidades de este mundo, sino que se trata de su acción en el corazón de cada creyente. Se usaba también, en lugar de reinado, el término señorío. Jesús es el Señor.
En la segunda lectura de nuestra Misa, tomada de la carta a los filipenses (2, 5 – 11), escuchamos como San Pablo hace un resumen de nuestra fe en Cristo Jesús: Él, siendo Dios, se hizo hombre como uno de nosotros, compartiendo todas las dificultades propias de la condición humana. Y en cumplimiento de la voluntad de Dios Padre, entregó su vida por todos los hombres, para que todos pudiésemos alcanzar la salvación eterna. Desde ese momento, Jesucristo es el centro de toda la creación y la razón de ser de la vida de los creyentes: Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Fil 2, 9 – 10).
El señorío de Jesús en los creyentes significa que debemos dejarnos guiar por los criterios de Jesucristo y no por los vaivenes que afectan a la sociedad. En nuestra Misa de hoy escuchamos dos pasajes del Evangelio. En el primero, escuchamos como la gente que estaba en Jerusalén por la Pascua le aclamó como rey. En el segundo pasaje del Evangelio, escuchamos como esa misma gente pedía la peor de las penas, conocida hasta entonces, para Jesucristo. Allí está la diferencia.
Hoy podremos aprender muchas cosas. Hoy te dejaré dos para tu reflexión.
La primera es que Jesucristo no debe ser un personaje accesorio en tu vida: debe ser el Rey, el Señor. Cada uno de nosotros debe hacer la opción por seguir a Jesucristo, por cumplir su Palabra, para que el mensaje de Jesucristo influya en nuestra vida.
La segunda es que nuestra vida debe estar centrada en Cristo Jesús y no debe ser objeto de los vaivenes de la moda, de la dictadura de las mayorías, de lo que quiere imponer los medios y redes sociales o por las interpretaciones acomodaticias. No debemos un día aclamar al Señor y otro día pedir su muerte.
Nuestra vida debe estar centrada en Cristo Jesús ante quien toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra, en el abismo. ¡Jesús es el Señor!
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