El temor a cambiar

Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto (Jn 12, 24).

El Señor usa una imagen particular: un grano de trigo. El grano de trigo es la base de la alimentación de una buena parte del mundo. Es la base de la harina con la que se hace el pan, las pastas y muchas otras cosas. Sin embargo, si todos los granos del mundo se usaran para harina, sucede que después no habría más trigo. Si se quiere el trigo se multiplique es necesario que muera: se hunde bajo tierra, allí la humedad comenzará a alterar la estructura del grano que hará que se convierta en un tallo que portará una espiga con un buen número de granos.

La inmensa mayoría de los seres humanos se conforma con quedarse como está: no cambia. Prefieren vivir en la comodidad aparente de una vida sin exigencias, vegetando, sin “meterse en problemas”, esperando a que otros le hagan las cosas fáciles. Se rigen por la ley del minúsculo esfuerzo. Son un pésimo ejemplo para los demás, especialmente para las generaciones que se van levantando. No tienen moral, son acomodaticios. Y ellos serán un número cuando acabe su existencia: no dejaron nada para la posteridad.

En muchos casos, las personas se niegan a cambiar su vida porque tienen la convicción de que así como viven son felices. Renuncian a conocer una felicidad plena porque se conforman con la felicidad parcial que tienen. Y buscan excusas y hasta crean toda una teoría para justificar renunciar cambiar.

El Señor nos invita a que salgamos de ese ostracismo y que nos dejemos transformar por su Palabra. Ciertamente, tendremos que renunciar a algunas posiciones cómodas, pero eso redundará en muchísimos frutos y bendiciones. Dejémonos transformar por Cristo Jesús, dejemos que Él nos haga morir a nuestros egoísmos y soberbias, orgullos y malcriadeces, para dar frutos de generosidad, humildad, alegría y servicio.


Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido (Jn 12, 27).

Todo cambio genera en la persona una sensación fuerte de temor. Y eso sucede con todo: desde cuando uno compra algo nuevo a cuando uno se muda de casa. No obstante, no se debe temer al cambio. Si dejamos que nos domine el temor quedaremos siempre en la misma situación. Todos los cambios que se hacen en la vida persiguen un fin: mejorar. En algunos casos, podemos equivocarnos, pero si estamos con Cristo Jesús no debemos temer cambiar. Dejémonos llevar por Cristo, sin miedo.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme (Sal 50, 12) 

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