La vocación principal

La semana pasada el Santo Padre, reflexionado sobre el evangelio, decía que “Dios llama a la vida, llama a la fe, y llama a un estado de vida particular”. Es lo que suele llamarse la vocación universal (la llamada que Dios hace a los hombres), que nos llama a la conversión y al cambio de vida, a alejarnos del mal. También existe la vocación particular, que básicamente es un seguimiento a Cristo en un modo de vida o una misión específica (a la que Dios llama a cada uno: sacerdote, religiosa, matrimonio, catequista, etc.) Hoy reflexionaremos sobre la vocación principal: a rectificar siempre lo malo que hemos hecho y así poder seguir mejor a Jesucristo.

En la primera lectura de la Misa escuchamos el mensaje que Jonás anuncia de parte de Dios a la ciudad de Nínive: será destruida. Eso movió al rey y a los habitantes de esa ciudad a hacer penitencia. En el Evangelio escuchamos cómo el Señor comienza a predicar anunciando la presencia del Reino de Dios e invitando al arrepentimiento y al cambio de vida.

Ciertamente, en la Iglesia existe un tiempo especial para hacer penitencia y para hacer un esfuerzo especial para la conversión: la Cuaresma. No obstante, sería absurdo dejar la conversión para un momento del año.

Todo cristiano debe tener claro que el Señor nos concede gracias especiales a lo largo de nuestra vida y no en un momento específico nada más. Cada creyente debe agradecer esas gracias especiales que nos indican que tenemos que rectificar algunas cosas: el trato con una persona, mayor responsabilidad o puntualidad en nuestros trabajos u obligaciones, moderar el modo de hablar, buscar un tiempo adecuado para la oración, moderar el apegamiento a las cosas materiales, compartir más tiempo con la familia, escuchar más y gritar menos, etc. Cuando hayamos recibido esas gracias, entonces sólo queda que nosotros demos el paso de rectificar.

Ignorar las gracias actuales que el Señor nos concede es despreciar su interés y su preocupación por nosotros. De la misma manera que un padre o madre de familia corrige a sus hijos por su bien, así hace el Señor con nosotros. Igual que un buen hijo debe mostrarse atento a las indicaciones de sus padres, de la misma manera debemos actuar nosotros.

Esa es la vocación principal a la que nos llama el Señor: a andar por el camino de bien, rectificando lo malo que tenga en mi vida.

¡Dios te bendiga!


Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

La segunda venida del Señor y el fin del mundo