El día de lo incomprensible


A los ojos de cualquier persona, lo que nosotros contemplamos en el día de hoy, no es fácil de comprender. A los ojos del mundo, lo que los cristianos meditamos y contemplamos en el día de hoy, resulta un absurdo (1Co 1, 20 – 25).

¿Qué vemos hoy? Vemos la triste historia de un hombre vendido por un amigo, sometido a un juicio injusto que lo condena a la más cruel de las muertes conocida hasta entonces. Vemos a un hombre para quien la turba pidió su muerte. Vemos a un gobernante que se lavó las manos sabiendo que la muerte era injusta.

Vemos a un hombre sometido a una tortura cruel. Vemos a un hombre padeciendo las burlas de sus enemigos y sufriendo un dolor absurdo, sin sentido.

Para los ojos del mundo, es la historia de un fracasado. La historia de un hombre que cinco días antes había sido aclamado rey y que no supo manejar esa situación social. Para los ojos del mundo, es la escenificación del fracaso de dejar guiar la vida en la recta obediencia de los mandamientos de Dios.

Hay una cosa que el mundo no sabe. Eso que a sus ojos resulta un absurdo y un fracaso, en realidad, es el presupuesto de la victoria. Es el elemento necesario del amor para que todos los creyentes puedan alcanzar la plenitud de sus anhelos. La pasión de Cristo es el paso necesario para la felicidad verdadera. Entender el sacrificio de Jesucristo le dará un sentido diferente a nuestra vida.

El valor más grande no es el dinero ni el éxito social. El valor más grande siempre es y será el amor.

No es normal encontrar a una persona que no valore sacrificio de su padre o su madre para que el hijo pueda alcanzar su proyecto de vida. Nadie ve a un padre o a una madre que renunció a muchas cosas como un ser fracasado. Los sacrificios que ellos hacen encuentran un sentido y tienen sabor a victoria cuando su hijo aprovecha eso para realizar su ideal y su proyecto de vida.

Lo mismo ocurre con Jesucristo.

Lo que aparentemente resulta un fracaso y un absurdo es lo que concede a cada creyente la segura esperanza de la felicidad en esta tierra y en la vida futura. Los sacrificios de esta vida no valen más que la felicidad, más aún, las adversidades de esta vida son asumidas por los creyentes con alegría pues saben que no va a quedar sin recompensa (Rom 5, 3 – 5). Y aún en la adversidad del creyente es feliz (Sant 1, 12; 1Pe 4, 12 – 16). Y es feliz porque sabe que ha vencido en Cristo (Rom 8, 35 – 39).

Hoy es un día para purificar nuestro corazón de los criterios mundanos (Rom 12, 2). Hoy es un día para tener en nosotros los mismos sentimientos de Cristo (Fil 2. 5 -11). Hoy es un día para unirnos a su pasión. Hoy es un día para unirnos a su victoria, victoria que no podremos conseguir si no aceptamos la adversidad como presupuesto necesario para alcanzarlo.

¡Victoria! ¡Tú reinarás!
¡oh, cruz! ¡Tú nos salvarás!

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