Domingo de la Divina Misericordia


Desde el año 2000, por decisión del San Juan Pablo II, el segundo domingo de Pascua es llamado Domingo de la Divina Misericordia. Desde siempre hemos escuchado que Dios es misericordioso, que en las Bienaventuranzas el Señor nos dicen que serán felices los misericordiosos porque alcanzarán misericordia. Sin embargo, ¿alguna vez nos hemos preguntado que es, en realidad, misericordia?



Para decirlo pronto: en la Biblia “misericordia” es el amor hacia los que se encuentran desvalidos y lejos de Dios. Amor y misericordia no son antagónicos; misericordia es amor en acción.



Es por eso que Dios es misericordioso: porque muestra su favor al desvalido y está siempre dispuesto a perdonar cuando el hombre se muestra arrepentido. Ya lo escuchamos en la segunda lectura: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia (1Pe 1, 3)



En el Evangelio según San Lucas está el mandato de Jesús de ser misericordiosos como el Padre Celestial es misericordioso (Lc 6, 36). Y efectivamente, el juicio final será sobre el amor, especialmente hacia aquellos que se encuentran desvalidos: En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí (Mt 25, 40) Esto hizo nacer en la Iglesia, desde sus inicios la práctica de las obras de misericordia, que no nacen de la lástima, sino del amor.



Las obras de misericordia corporales son siete: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, asistir al preso, dar posada al caminante, sepultar a los muertos. Las obras de misericordia espirituales son siete también: Enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las injurias, consolar al afligido, tolerar los defectos del prójimo, hacer oración por los difuntos.



Donde se muestra el grado superlativo de la misericordia divina es en el perdón de los pecados. Jesús perdona las ofensas que le hemos hecho siempre y cuando estemos arrepentidos. Ha dejado este poder a los hombres para que podamos acudir siempre y con confianza: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” (Jn 20, 22 – 23). Y Nuestro Salvador da el primer ejemplo: ante la duda de Tomás le dice: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree” (Jn 20, 27). No dudemos en acudir entonces al Sacramento de la Misericordia Divina.



¡Feliz Domingo de la Divina Misericordia!

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