Esperanza en lugar de desilusión


La última parte del libro de Isaías se llama “el libro de la consolación”. Fue escrito en la época en que Israel fue deportado a Babilonia y en el territorio de Israel se vivía una pobreza y necesidad atroz, y los que habían salido de Israel y Judá añoraban volver a su tierra. Dios envía a los profetas para decirles que no pierdan el ánimo, que esa situación es pasajera, que Dios no olvida su promesa, que deben mantenerse firmes y que el Ungido del Señor dará un sentido pleno a todas las promesas de Yahweh.
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La Iglesia nos propone diversos pasajes de este libro de la consolación para que consideremos este mensaje del Señor durante este tiempo de Adviento.
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Algo de lo que ningún cristiano puede dudar es de la experiencia del mal: en nuestra vida y alrededor de nosotros; físico o moral. El creyente en Cristo Jesús no puede dejarse abatir por esta experiencia. Al contrario. Todo cristiano debe fortalecer la esperanza en Dios: las dificultades de esta vida no deben ni pueden hacernos olvidar que las promesas del Señor se cumplirán tarde o temprano.
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Los Apóstoles lo sabían. San Pablo invitaba a los fieles a mantenerse firmes con fortaleza, animándose con la victoria de Cristo que espera ser definitiva al final de los tiempos. Santiago, igualmente, invita a los cristianos a confiar en Dios a pesar de las adversidades, tal como lo escuchamos en la segunda lectura de la Misa de hoy: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca… Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor” (Stg 5,7-10)
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El cristiano debe aprovechar este tiempo para renovarse en la mente, especialmente en la manera como lee e interpreta la realidad. Durante nuestra vida nos vamos cargando con muchas ideas, la mayoría inútiles, que nos hacen distorsionar la realidad. Jesús lo sabe. En el Evangelio de nuestra Santa Misa de hoy presenciamos un ejemplo del Señor sobre las ideas que distorsionan la realidad: invita a sus discípulos a rectificar sus impresiones sobre Juan el Bautista (Mt 11,2-11). Todo no es espectáculo ni todo se mide por lo material. La realidad es mucho más rica: Juan es mucho más que un profeta, es el precursor del Señor.
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De igual manera, debemos purificar nuestra visión de la realidad, comenzando por la Navidad: no es solo comida, luces, adornos, música y fiesta. Es sobre todo fe: en poner nuestra vida y dirigirla según la voluntad del Dios con nosotros. Y Jesús nos lo recuerda hoy.
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Que Dios te bendiga.

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