JESÚS ES EL PAN DE VIDA
Seguimos
la lectura del capítulo 6 de San Juan, en el discurso del Pan de Vida. Jesús,
el Maestro, continúa su enseñanza. En este pasaje de hoy encontramos algunas
pistas.
Ya
el domingo pasado escuchamos al Señor decir que es el Pan de Vida, después de
afirmar que la obra que Dios quiere que hagamos es creer en Jesús. Todo esto es
un discurso que comenzó cuando la gente lo buscaba después de la multiplicación
de los panes. Jesús va de lo material a lo espiritual. Y este domingo va igual.
Al
escuchar a Jesús decir “Yo soy el Pan de Vida”, sus paisanos vuelven otra vez a
lo material: «los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan
bajado del cielo», y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos
a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Y
aquí llegamos a un punto importantísimo que es clave en la Nueva Evangelización
a la que nos llama la Iglesia hoy. No cabe la menor duda de que cuando el
Señor, al final del Evangelio de nuestra Misa, se atribuye el título de Pan de
Vida se refiere a su presencia real en la Eucaristía. Y probablemente hoy
muchísimos hermanos míos predicarán de la Eucaristía, pero, quiero llamar tu
atención en un paso antes, cuando el Señor responde a las murmuraciones de los judíos:
«Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si
no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está
escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el
que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya
visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo
aseguro: el que cree tiene vida eterna.»
Antes
de profesar nuestra fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, debemos
profesar nuestra fe en Jesús, en su Persona, en su mensaje de salvación, en el
significado nuevo que quiere dar a nuestra vida. Sin eso, la fe en la
Eucaristía se vuelve vacía, esto es, carente de significado. Escucharás decir
que lo más grande que tienen los cristianos es la celebración eucarística (¡y
lo es!) pero sin la fe en Cristo Jesús, esa misma celebración no tiene
significado. Si un sacerdote celebrase la Santa Misa en una comunidad donde
nadie creyera en Cristo, a la gente no le importaría, porque no saben la
riqueza que allí se esconde.
Ahora,
considera: ¿por qué los niños y jóvenes hacen la primera y última comunión? ¿Por
qué pasan de la Iglesia? ¿Por qué muchísimas personas adultas no quieren
siquiera acercarse a la Iglesia? La respuesta es muy sencilla: no saben quién
es Jesucristo, no han aceptado su persona, y su salvación, su mensaje, ni el
significado nuevo a la vida. Por eso, aunque puedan comulgar irrespetuosamente
en alguna otra ocasión, recibir el Señor en la Eucaristía no servirá de
alimento a su vida.
Con
la fe en Jesucristo alimentamos nuestra alma, y con la recepción de la
Eucaristía encontramos la fuerza para seguir dando testimonio de nuestra fe en
todos los momentos y ocasiones de nuestra vida. El momento de la comunión se
convertirá en el culmen de nuestra vida de fe: nos encontramos personal y
físicamente con Jesucristo. Se convierte en el momento que más se parece al
cielo.
Para
que Jesús en la Eucaristía pueda ser para ti “el Pan de Vida”, debes aceptar a
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, como tu Salvador y hacer de Jesús el Señor
de tu vida.
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