Cambiar de vida, alimentar el alma
Hoy las
lecturas de la Santa Misa de este domingo son complementarias. En concreto, el
pasaje de la carta a los Efesios (4, 17. 20-24) y el inicio del capitulo 6 del
evangelio según San Juan, capítulo que seguiremos escuchando los próximos
domingos.
En la
segunda lectura, San Pablo recuerda la actitud fundamental del creyente en
Cristo Jesús: si aceptamos a Cristo, si hemos hecho de Él nuestro Señor,
entonces no podemos vivir como personas paganas. Si aceptamos a Cristo
renunciamos al pecado; si aceptamos a Cristo, nos apartamos del mal vivir.
¿Cómo
hacer esa transformación? ¿Cómo poner en práctica esa conversión a la que nos
invita Cristo Jesús? La respuesta: Dejen que el Espíritu renueve su mente. El
punto de quiebre está en que si yo acepto a Cristo como mi Salvador no puedo
seguir pensando como antes. No puedo prenderle una vela a Dios y una al diablo.
No puedo decir que acepto los mandamientos de Cristo y sigo cometiendo los
mismos pecados. ¡Eso es un absurdo!
Aunque
parezca increíble, muchos viven hoy en ese absurdo y lo defienden. Han cambiado
la Palabra de Cristo por palabra humana. Ya lo que guía su vida no es lo que
enseña Cristo y la Iglesia, sino la opinión, la moda, o lo que dicen y hacen
los demás. Y por supuesto, todo eso nos aleja de Cristo y lleva a que esas
personas pongan como único criterio su confianza en sus seguridades humanas.
Siguen viviendo apegadas al mundo y tienen miedo de cambiar, por eso rechazan
encontrarse con Cristo Jesús.
En el
evangelio de nuestra Misa, el Señor Jesús rechaza, con palabras muy fuertes, la
actitud de sus paisanos. Nuestro Señor Jesucristo hoy hace un fuerte reclamo a
las personas que le buscan: «Os
aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas,
sino porque habéis comido hasta hartaros». Para quienes se quejan de que
algunos sacerdotes hablan duro, Jesús acaba de decirles algo muy fuerte. Los ha
llamado “interesados”. De inmediato, el
Señor les invita
a levantar la
mirada y no
quedarse únicamente en lo
material; hay cosas que son mucho más importantes: « No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la
comida que permanece y os da vida eterna». No es en las cosas materiales
o en las costumbres donde vamos a encontrar la satisfacción de nuestros
anhelos, sino en el trato con el Señor, en su Palabra, en los valores del
Evangelio en el corazón.
El
alimento que dura para la vida eterna es Jesús mismo: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha
enviado». Y aquí volvemos a lo básico del cristianismo: Jesús. Un
cristianismo sin Jesús es imposible, porque resulta vacío. Ya lo decía el Papa
Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano
por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva” (Deus cáritas est 1).
Hoy es
una ocasión que nos brinda el Señor Jesús y la Santa Madre Iglesia para
examinar y evaluar como es nuestra relación con Jesucristo, y nuestra vida
cristiana: si está guiada por los valores que acepté en mi encuentro con
Cristo, o si dejo que sean otros los criterios los que guíen mi vida. Por otra
parte, debo evaluar si cultivo mi vida espiritual con la oración y la
meditación de la Palabra, o si me acerco a Jesús como un proveedor de favores.
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