ÚNICO REQUISITO PARA SER PROFETA: CONFIAR EN JESÚS


Ya reflexionábamos la semana pasada que los que habían sido constituidos profetas, en algunas ocasiones ponían objeciones para el cumplimiento de su misión. Tal vez, una de las objeciones que los que han sido instituidos profetas hoy (nosotros, para más señas) es que no tenemos la preparación suficiente.

En la mente del profeta (repito, en cada uno de nosotros) está el que, seguramente, los demás tendrán más y mejores argumentos para contradecir la Palabra de Dios y que por lo tanto quedará en ridículo y será instrumento ineficaz e indigno de Dios. Ante este argumento, habría que aclarar:

1) No es cierto que los demás tengan mejores argumentos contra la Palabra. Eso indica falta de fe. En la Palabra, Dios ha hablado y ése es nuestro mejor argumento.

2) La eficacia del profeta no está en sus habilidades personales, sino en la confianza que tenga en Jesús. Si se confía en las propias habilidades, entonces, no hablas en nombre de Jesús sino en nombre propio. Si confías en Jesús, tus habilidades serán de Cristo.

En las lecturas de hoy se llama la atención en este particular. En el Antiguo Testamento no había profetas que tuvieran una preparación especial (salvo Ezequiel). En la primera lectura de hoy, escuchamos a Amós decir que su oficio era el de pastor y cultivador de higos (un campesino, pues). Entre los Apóstoles escogidos por el Señor no destacaba ninguno por sus particulares habilidades. La mayoría eran pescadores, uno era cobrador de impuestos, otro era un guerrillero. Santiago y Juan eran llamados “hijos del trueno” por el carácter belicoso que tenían. Como verás, ninguno de ellos tenía dotes para destacar como prodigio.

Todos los profetas del Antiguo Testamento tienen un denominador común: no obstante los titubeos iniciales, todos ellos confiaron en Dios y no en sus particulares dotes. Ellos tenían la conciencia de que hablaban en nombre de Dios, ellos debían ser fieles y Dios se encargaría del resto. Los Apóstoles actuaron de igual manera: confiaban absolutamente en Cristo Jesús, en quien habían puesto su fe.

El Señor Jesús quiso educar a sus Apóstoles en la confianza absoluta en Él. En las indicaciones que Jesús da a sus Apóstoles destaca ésta: “Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica”. El éxito de su labor no dependerá de lo que tengan o de las previsiones que tomen, sino de la confianza que tengan a su palabra. Y la enseñanza es válida para nosotros hoy.

No tengamos miedo a hablar de Jesús, de su Palabra, de su doctrina, de su Iglesia. No dependerá de nuestra elocuencia, sino de nuestra confianza en Él. Y que Jesús te bendiga y te guarde.


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