A buscar lo que estaba perdido


Las lecturas de la Santa Misa de hoy nos ofrecen una riqueza particular. Quisiera compartir con todos cuatro reflexiones que me llaman la atención particularmente:
El amor del Señor, en especial, hacia los más necesitados corporal o espiritualmente.
Que el Señor nos ama es una vedad incontrovertible y así nos lo recuerda la primera lectura de la Misa: “Porque tú amas todo cuanto existe y no aborreces nada de lo que has hecho”. Es una verdad que olvidamos con mucha frecuencia, y que debemos meditarla, asimilarla y sentirla todos los días de nuestra vida.
Ese amor, El Señor Jesús lo demuestra con mayor fuerza en los que están necesitados. La necesidad no es solo material, aunque es la más llamativa y la que más salta a nuestros ojos. Y es imperioso para el cristiano aliviar el mal de los hermanos. Pero hay un mal mayor y más pernicioso: el pecado.
Todo creyente sabe que el Señor Jesús murió por nuestros pecados y que el Señor no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 18, 23). En la primera lectura resulta evidente esta intensión del Señor: Te compadeces de todos, y aunque puedes destruirlo todo, aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse. Más adelante se describe en detalle el modo de proceder del Señor: Por eso a los que caen, los vas corrigiendo poco a poco, los reprendes y les traes a la memoria sus pecados, para que se arrepientan de sus maldades y crean en ti, Señor.
No es de extrañar que el Señor vaya en búsqueda del pecador. Así, al ver a Zaqueo en un árbol, le llama porque quiere tener un encuentro con él. La razón por la que lo hace es la siguiente: “el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”
Vamos a ser objeto de crítica siempre. Los falsos siempre abundan.
El Señor siempre fue criticado por su manera de actuar y por la manera como se acercaba a los pecadores para que pudieran tener un encuentro que les transforme. Inclusive fue objeto de crítica por parte de uno de sus apóstoles (en el episodio aquel cuando una mujer de la mala vida rompe un frasco de perfume para ungir los pies del Señor. Quien le criticó fue Judas Iscariote)
Esa actitud va a ser una constante en nuestra vida. El Señor al quedarse en la casa de Zaqueo, busca la salvación. Esa misma acción es objeto de crítica por parte de los israelitas de la época: Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.
Igual pasó en otras ocasiones. Eso no detuvo al Señor. Tampoco ha de detenernos cuando nosotros actuemos cumpliendo la Voluntad de Dios.
El Señor da tiempo y oportunidades al pecador.
Con Zaqueo se tomó el tiempo para quedarse en su casa, con los apóstoles estuvo cerca de tres años. Con nosotros, más tiempo aún. La inmediatez no es siempre un indicativo de logro. Para el Señor no hay tiempo. Él nos brinda todas las oportunidades que sean necesarias. Lo importante es que el pecador reconozca su mal, se arrepienta y cambie de vida. Así lo escuchamos en la primera lectura de la Misa: Por eso a los que caen, los vas corrigiendo poco a poco, los reprendes y les traes a la memoria sus pecados, para que se arrepientan de sus maldades y crean en ti, Señor.
4° La conversión tiene que reflejarse en la vida, en un cambio en las acciones.
Un vicio muy común hoy es que las personas cuando son corregidas o sorprendidas haciendo algo malo, acuden con frecuencia al argumento: yo sé que estoy haciendo mal… Tal vez eso les funciona para calmar a la conciencia, pero en realidad no es suficiente.
Quien tiene el encuentro con el Señor y es invitado a cambiar de vida, debe realizar precisamente eso: cambiar de vida, dejar las acciones malas en el pasado y reorientar su vida por el camino del bien. Después que Zaqueo se encuentra con el Señor Jesús, ocurre la conversión: Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Conversión sin cambio de vida no es posible.

Reconozcamos el amor de Dios hacia nosotros, en las pequeñas y grandes cosas. Sintamos el amor de Dios que viene a nuestro encuentro y que nos ofrece la oportunidad de reconciliarnos con Él.

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