El silencio interior

La primera lectura y el Evangelio de la Misa de este domingo son hermosos y vale la pena que nos detengamos en una reflexión más profunda más allá de las que puedan ofrecer estas líneas o la homilía del sacerdote. Seguramente te ayudará está reflexión.


Hay dos gestos en las lecturas de hoy. Elías estaba en el monte Horeb esperando encontrarse con el Señor. Hubo una serie de fenómenos: un viento huracanado, un terremoto, fuego… en ninguno de ellos estaba el Señor. Cuando sintió una brisa suave, entonces salió de la cueva para encontrar al Señor. Por otra parte, en el Evangelio, después de la multiplicación de los panes, el Señor mandó a sus discípulos que se adelantaran y despidió a la gente. Una vez culminado esto, dice el pasaje del Evangelio que “subió al monte a solas para orar”.

En el trato con el Señor, especialmente en la oración, se requiere una particular condición. En la tradición cristiana se llama “silencio interior”, es decir, alejar de nosotros todo elemento que pueda perturbar el trato confiado y amoroso con Dios.

Cuando nos disponemos a orar es necesario encontrar unas disposiciones externas particulares: sin ruidos externos ni distracciones. La atención de nuestro corazón debe estar centrada solo en Dios. Ahora bien, esas condiciones externas no servirán de nada si no va acompañado de un silencio interno: dejar las preocupaciones y otros intereses que nos impidan hablar con el Señor o escucharlo.

Cuentan de Juan Pablo II, de feliz memoria, que una vez estaba orando en su capilla privada. Uno de sus secretarios le interrumpió para notificarle de algo. Él respondió: “Estoy orando”. El secretario insistió diciéndole que era algo urgente a lo que el Papa respondió: “Si es urgente con más razón debo orar”.

La oración es un momento especial, como el de la comunión: estamos en un contacto personal con Dios, que debemos aprovechar al máximo sin dejar que nada externo o interno arruine ese momento.

Así que cuando vayas a orar, procura que goces de silencio externo e interior, para tu trato con el Señor sea fructífero. Y cuando estés en el templo, recuerda guardar silencio para los demás.

Dios te bendiga.

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