Sin poner excusas

 En los últimos años se ha ido reflexionando sobre un fenómeno que se está convirtiendo en un peligro. Muchas personas prefieren una mentira que les haga feliz y no una verdad que les resulte incómoda. Y eso aplica a todos los ámbitos de nuestra vida, incluido en nuestra vivencia de la fe.

La vivencia correcta de nuestra fe conlleva poner en práctica el mandato del Maestro sobre la corrección fraterna (Mt 18, 15 – 17). Hoy muchos fieles ponen otros criterios por encima del mandato de Cristo: “Cada quien puede hacer con su vida lo que quiera”, “Nadie es quien para estar diciendo a otros lo que deben hacer o no”, “Uno no sabe por qué lo hace”, “Mejor no decirle nada porque puede enojarse o puede después tener traumas”, etc.

La consecuencia de esa omisión es clara: esos fieles no podrán saber (al menos, de nosotros) que van por mal camino. No se percatarán (de momento, por nosotros) que se están alejando de Cristo Jesús. Y aunque podamos poner todos los matices que quieran, no estaremos cumpliendo el mandato de Cristo.

Todavía puede encontrarse algo peor. Los fieles que, intentando justificar de cualquier modo su mal actuar, buscan razones de cualquier tipo para tranquilizar su conciencia. De esta manera no hacen ningún esfuerzo por cambiar. Sin duda es peor, porque saben perfectamente que están actuando mal, pero no quieren cambiar de vida.

En el Evangelio que escuchamos en la Santa Misa de hoy (Mt 3, 1-12) encontramos a Juan Bautista invitando a todos los israelitas a cambiar de vida, a apartarse de los malos comportamientos y volverse al Señor. Y, en medio de su ministerio, se presentan un grupo de fariseos y saduceos. Dos grupos de entonces que se creían perfectos cumplidores de la voluntad de Dios, pero estaban llenos de miserias como todos. Y Juan Bautista les habló muy fuerte.

Raza de víboras, ¿Quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su arrepentimiento y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abraham, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abraham”. Les dice que dejan de buscar excusas para mantenerse en su miseria. Ellos se escudaban en el argumento de que eran hijos de Abrahán. San Juan Bautista les dice que eso no es suficiente: no es suficiente “ser hijo de Abraham”, es necesario que en su vida hagan cambios que muestren que entienden que han actuado mal y que están poniendo todo por cambiar de vida.

Hoy, uno de los tantos propósitos que podemos hacer es: dejar de poner excusas para corregir, para escuchar las correcciones que me hacen y para cambiar. Desterremos esa mala práctica que supone una ruina en el seguimiento a Cristo Jesús.

Al Señor que viene, al Dios con nosotros, el honor, la gloria y el poder por todos los siglos.


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