EL CAMINO SEGURO DE LA FE

 Las lecturas de hoy tienen una profundidad especial. Nos lleva a considerar el papel de la fe en la vida del creyente. Y no es un tema fácil de abordar. 


En la primera lectura del libro de la Sabiduría (9, 13-19) el autor se hace un cuestionamiento que ha sido recurrente a lo largo de la historia: los razonamientos de los seres humanos no están exentos de error. Por una parte, los defectos de nuestra manera de razonar y, por otra, nuestra vinculación con cosas materiales, que son limitadas, hacen que la capacidad de razonar y de alcanzar la verdad libres de error sean particularmente arduos.


El autor da respuesta a esta interrogante acudiendo a la fe:  "¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das la sabiduría, enviando tu santo espíritu desde lo alto? Sólo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada. Sólo con esa sabiduría se salvaron, Señor, los que te agradaron desde el principio".

Ahora bien, en nuestra actividad cotidiana, solemos aferrarnos a la confianza que tenemos nuestras propias capacidades y en los medios que tenemos al alcance de nuestra mano. En algunos casos puede resultar ventajoso, pero en muchos resulta una rémora muy pesada. La limitación de nuestro conocimiento hace que sea difícil que las personas puedan tener una visión más a largo plazo. Con lo cual la confianza en las cosas materiales resulta como una suerte de elemento de supervivencia. Pero al mismo tiempo supone un gran obstáculo para que nosotros podamos avanzar y podamos alcanzar una mayor plenitud.


Eso no ocurre solo en la vida ordinaria sino también en el seguimiento a Cristo Jesús. En diversos momentos de nuestra vida habremos experimentado ocasiones en las que se nos presentan solo un par de alternativas. En una de ellas hay que renunciar a la fe y al seguimiento a Cristo y la otra es la respuesta congruente con el mensaje del Evangelio, pero implica una renuncia a un bien material. La idea de perder algo que es propio suele ser el freno más grande para avanzar. 


En el evangelio de hoy (Lc 14, 25-33) el Señor habla de renuncia. Ha de entenderse esta renuncia como un desapego hacia los bienes materiales, de tal modo que estos no se conviertan en un obstáculo para seguir en la misión que Cristo Jesús nos ha encomendado. Por eso, el Señor usando el lenguaje de su época, nos invita a no anteponer los vínculos familiares a la vocación. No quiere decir que nuestra familia sea mala, sino que nuestra mente y corazón pueden darles un valor superior al que merece Cristo Jesús convirtiéndose así en un lastre para la vocación: "Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo".


Para ser un buen discípulo de Cristo, todos debemos tener un corazón desprendido de las cosas materiales y de los afectos humanos. Eso es lo que el Maestro llama 'renunciar a todos sus bienes': "cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo".


Que el Señor Jesús ilumine nuestra mente y corazón para que podamos seguirle con libertad de espíritu.


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