El Señor de la misericordia
Este domingo se llama, por disposición del Papa San Juan Pablo II, Domingo de la Divina Misericordia. Y esa palabra –misericordia– la hemos escuchado en diversas oportunidades en nuestra celebración.
No está de más que recordemos qué cosa es misericordia. Y no falta razón, porque se ha hecho gran uso de ese término en la Iglesia, que al final puede terminar significando algo distinto. A veces se le llama compasión, piedad o lástima. Pero nada de eso dice que es la misericordia en sentido bíblico.
La misericordia es amor. Esa es su esencia. Es amor con la persona necesitada espiritual o materialmente. Por eso misericordia no es compasión, no es piedad, no es lástima. Es amor.
Es fácil entender también por qué Jesús es el Señor de la Misericordia. No hay nadie más dispuesto a venir a nuestra necesidad que Él. Y la necesidad más grande es el perdón de los pecados.
Hoy el mundo de empeña en desacralizar todo. El hombre goza de una peculiaridad: si no “cierra capítulos” de su pasado, vive en una suerte de desequilibrio. El mundo le dice que puede “manejar eso” con algunas actividades (yoga, feng shui y otros), pero nunca admite que el asunto es un tema moral y que debe resolverse en el ámbito sagrado de la conciencia. Esa inquietud del hombre por el mal que ha hecho se llama necesidad de salvación: el hombre necesita a Alguien que le libere del peso del mal que ha hecho. Al mundo le cuesta reconocer que esa salvación está en Cristo Jesús.
Jesús nos ofrece esa salvación. Y esa es la principal muestra de su amor: Su Vida por la nuestra, el perdón para nosotros, la salvación que nos guía a la felicidad eterna. Por eso, Jesús siempre se muestra dispuesto a perdonar. En el Evangelio de hoy escuchamos como expresamente deja a los Apóstoles (y a sus sucesores) el poder perdonar los pecados: “A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados” (Jn 20, 23). Seríamos tontos y necios si no aprovechamos la salvación que Jesús nos ofrece.
Por eso Jesús es misericordioso. Él es el Señor de la Misericordia. A Él la gloria, el honor y el poder por los siglos de los siglos.
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