Para que lo sigamos

 Hoy celebramos, como en muchos otros lugares del mundo, la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Y este hecho en la vida del Señor nos deja muchos puntos para nuestra meditación y crecimiento personal.

Hay una actitud común que muchos padres hacen con sus hijos, sobre todo cuando estos se muestran miedosos o dubitativos a la hora de hacer alguna actividad. Y esa actitud es la siguiente: mostrarles que es posible hacerlo. Los padres lo hacen a la vista de sus hijos para que vean que es posible y que el miedo que tienen no es razonable. Algo similar ocurre con la Ascensión del Señor.

Es una frase común en muchas personas al dudar de su propia salvación, decir que su destino es el infierno o algo similar. Lamentablemente, esa es una señal de que tienen una fe muy pequeña. La salvación para nosotros es posible porque Dios está dispuesto a perdonarnos siempre, porque hemos recibido la promesa del Padre que nos fortalece día a día, y, sobre todo, porque Cristo Jesús nos ha demostrado que sí es posible.

La Iglesia lo sabe perfectamente y así lo celebra. En uno de los prefacios de la Santa Misa de hoy podemos escuchar: “No se ha ido para desentenderse de nuestra pobreza, sino que nos precede el primero como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”. Si Él pudo, nosotros también.

El Papa Francisco lo ha expresado con otras palabras: “La Ascensión del Señor, por tanto, no es un distanciamiento, una separación, un alejamiento de nosotros, sino que es el cumplimiento de su misión: Jesús bajó a nosotros para hacernos subir hasta el Padre; se abajó para enaltecernos; descendió a las profundidades de la tierra para que el cielo se abriera de par en par sobre nosotros. Él destruyó nuestra muerte para que pudiéramos recibir la vida, y para siempre”.

La Solemnidad de la Ascensión del Señor es la fiesta de la esperanza: podemos porque Cristo pudo, podemos porque Cristo nos espera, podemos porque al final de los tiempos, Él vendrá. Y porque contamos con la promesa del Padre –el Espíritu Santo– podremos ponernos en camino hacia la Patria Eterna para ser eternamente felices.

Que Nuestro Señor Jesucristo, Dios de nuestra esperanza, nos bendiga siempre.


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