La obediencia de la fe

 Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Obedecer (ob-audire) en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura” (n. 144). Después de escuchar la primera lectura (Gen 22, 1-2. 9a 10-13. 15. 18-19) no nos puede quedar duda de la fe y la disponibilidad de cumplir la Voluntad de Dios de Abraham, no importa cuán dura pueda ser.

La obediencia de la fe no es solo un acto intelectual: creer. Es sobre todo una disposición del alma de comprender la Voluntad de Dios y ponerla en práctica. Y lo propio de la obediencia de la fe es la escucha. El creyente se muestra abierto y disponible para encontrar la Palabra de Dios y comprenderla, para luego ponerla en práctica.

La actitud propia del discípulo es la escucha atenta (Is 50, 4). En el Documento de Aparecida, los Obispos de América Latina nos invitan a fortalecer la disposición de escuchar al Maestro: “Los discípulos de Jesús… como hijos obedientes a la voz del Padre, queremos escuchar a Jesús porque Él es el único Maestro. Como discípulos suyos, sabemos que sus palabras son Espíritu y Vida” (n. 103).

En el pasaje del Evangelio (Mc 9, 2-10), escuchamos el evento de la Transfiguración del Señor. El mensaje del Padre es clarísimo: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. En primer lugar, todos debemos reconocer a Jesucristo como Hijo de Dios, Salvador y guía de los hombres. Y la segunda parte es tan importante como la primera: Escuchar a Cristo Jesús.

La sociedad actual ha adquirido un vicio bastante feo: no escucha. Oye para responder, pero no escucha para aprender y comprender. Hoy resulta más importante para muchos no dar el brazo a torcer para “demostrar” que “tienen razón”. Y en realidad, lo que hacen es empecinarse en el error. Y ese tipo de actitud, que nace de la soberbia y del orgullo, se convierte en un gran obstáculo para seguir a Jesucristo. No resultará importante lo que Jesucristo enseña y pide para que nosotros podamos ser salvados, solo importará aquello que no contradiga sus propias convicciones. Y así, se deja de ser discípulo de Cristo Jesús.

En el camino de la cuaresma, Cristo y su Iglesia nos pide que dispongamos nuestro ánimo a la escucha de Cristo Jesús: que estemos atentos, que hagamos el esfuerzo por entender el mensaje de salvación y de comprenderlo como lo mejor para nuestra vida concreta. Finalmente, que tengamos la disposición de ponerla en práctica. Así seremos buenos discípulos de Cristo Jesús.

A Él la gloria, el honor y el poder, por los siglos de los siglos.


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