Tranquilícense y no teman

 Un relato muy edificante que puede ayudarnos a comprender mejor el pasaje del Evangelio que escuchamos en nuestra Santa Misa de hoy (Mt 14, 22-33). Se trata de un niño que iba en un avión. En pleno vuelo, apareció la señal de ponerse el cinturón de seguridad y, segundos después, el avión entró en zona de turbulencia. Los pasajeros entraron en estado de pánico excepto el niño que se mostraba bastante tranquilo. Pasada la turbulencia, el pasajero que estaba al lado del niño, al notar su tranquilidad, le preguntó si no había sentido miedo a lo que el niño respondió serenamente: “no”. El pasajero, maravillado por esa respuesta, le preguntó la razón por la cual no había sentido miedo y la respuesta del niño fue demoledora: “Porque mi papá es el piloto de este avión”.

Es seguro que a lo largo de nuestra vida vamos a experimentar momentos muy difíciles que pueden hacernos zozobrar. Sin duda alguna es una respuesta muy natural. Pero los discípulos de Cristo Jesús tenemos unas motivaciones superiores: La fe, la esperanza y la caridad en Cristo Jesús.

Cuando cualquiera de nosotros se encuentra en una circunstancia que le sobrepasa, la tendencia natural (llamada también de supervivencia) hace que el organismo se ponga en una situación de alerta que puede incluso hacer que la persona pierda contacto con la realidad. Esas circunstancias pueden ser producto de enfermedades, situaciones personales y otras que no dependen de nosotros. Eso puede producir en cualquier individuo situaciones de ansiedad, angustia o desesperación.

El creyente en Cristo Jesús vive en medio de unas variables que hacen que la respuesta sea diferente al del hombre sin fe. Porque hemos puesto nuestra fe y nuestra confianza en Cristo Jesús y porque sabemos que somos el objeto predilecto de su amor, tenemos la certeza de que todo lo que nos sucede, bueno o malo, va a redundar siempre en nuestro beneficio, ahora o después (Rom 8, 28 – 39).

Ante la petición de Pedro, el Señor le responde: “Ven”. Y Pedro se puso en marcha, pero al sentir la fuerza del viento y el oleaje, sintió miedo. En ese momento dejó de guiarse por la palabra del Maestro y dejó que fuese el miedo el que tomara el control de su vida. Aun así, el Señor vino en su auxilio y luego, el Maestro le corrige: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?".

No debes sentirte avergonzado si en algún momento dejaste que la ansiedad, el pánico o el miedo tomaran el control de tu vida. Eso forma parte del aprendizaje que hace crecer en nosotros la fe, la esperanza y el amor en Cristo Jesús. Para las ocasiones futuras, sin omitir lo que humanamente puedas hacer, pon tu confianza en el Señor con la certeza absoluta de que lo que tú no puedas hacer está en manos del que todo lo puede. Y el rey de Reyes y Señor de señores hará todo para nuestro beneficio, aunque en un determinado momento no podamos percibirlo como tal.

Repite muchas veces durante el día la respuesta de los discípulos en la barca: “Verdaderamente, Jesús, tú eres el Hijo de Dios”.

Que sintamos la acción de Cristo Jesús en nuestra vida, hoy y siempre.


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