Hay lugar para todos

 Hace poco en la Jornada Mundial de la Juventud, en Lisboa, el Papa dijo e hizo repetir a los jóvenes allí reunidos que en la Iglesia hay lugar para todos. Eso siempre ha sido verdad y nadie puede decir lo contrario.

Desde los inicios de la vida de la Iglesia se hizo manifiesta la certeza de que el llamado de Dios a la salvación estaba dirigido a todos. Ya no se hacía distinción entre los que habían sido circuncidados y los que proveían de otras naciones. En el primer Concilio de la Iglesia, los Apóstoles declararon que Dios no hizo ninguna diferencia entre judíos y no judíos, puesto que el corazón se purifica por la fe y la salvación de Jesucristo es también para ellos (Hech 15, 7 – 11).

Es importante reconocer que desde hace bastante tiempo se ha introducido en realidad de la Iglesia y en la mentalidad de los creyentes un concepto equivocado de la misión de la Iglesia en el mundo. No es difícil reconocer que muchísimas personas creen que para asistir a una actividad religiosa hay que ser una persona santa e inmaculada y que las personas normales, con defectos y pecados como nosotros, somos unos hipócritas cuando acudimos a la Santa Misa, al sacramento de la confesión o a cualquier otro tipo de actividad religiosa en nuestra parroquia o sector. Lamentablemente, ese tipo de pensamiento ha distorsionado la imagen, la vida y la misión de la Iglesia como comunidad de creyentes.

El llamado de Dios es para todos los hombres y, de manera especial, para aquellos que viven más alejados de Dios. El que la salvación sea para todos no quiere decir que con la sola fe ya se obtiene la salvación. Es necesaria la purificación del corazón por parte de todos creyentes y no creyentes.

Y en el Evangelio de nuestra Santa Misa de hoy (Mt 15, 21-28) escuchamos como una extranjera pide al Señor un favor para su hija. El Maestro no le concede de inmediato lo que le pide. De hecho, durante una parte del trayecto la ignora e inclusive le dice una palabra muy fuerte: Se refiere a ella como un término peyorativo con el que los judíos se referían a los extranjeros.

El Señor la sometió a la prueba para purificar su corazón, para que aceptara la misión del Mesías y su poder. Y la mujer supo reconocer a Cristo Jesús (Señor, hijo de David) y recorrió su camino de purificación hasta llegar a aceptar que ella también es merecedora de la misericordia de Dios.

Todos podemos tener la tentación de pensar que, porque en un momento de nuestra vida hemos sido débiles o hemos sucumbido ante el mal, ya no merecemos el perdón de Dios. Y esa tentación ha de ser rechazada de manera radical.

Somos todos y cada uno lo que Dios Nuestro Señor ama más. Nos ama tanto que se ha hecho hombre y nos ha dejado un camino de salvación, ha dado su vida por nosotros y siempre nos acompaña y procura lo mejor para nosotros. Un momento de debilidad en el que sucumbimos ante la maldad y el pecado no cambia lo que somos a los ojos de Dios porque sus dones son irrevocables: Nos ha hecho sus hijos y nos ha brindado la salvación y eso no va a cambiar.

La salvación es para ti. La conversión es para ti. La misericordia de Dios es para ti. La Iglesia es para ti. La Comunidad de creyentes siempre tiene un lugar para ti.

Que nuestro Señor Jesucristo que te ama con locura te bendiga hoy y siempre.


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