Tiempo de calidad

 En los últimos años nuestra sociedad ha ido avanzando en un sentido bastante tóxico: Se tiene cada vez menos paciencia, la jornada transcurre con ritmos vertiginosos, la productividad empuja a las personas a vivir en una constante ansiedad. Muchas personas no tienen la fortaleza de espíritu para enfrentar situaciones difíciles y entonces asumen la conducta de evasión: se hunden en las adicciones, en las redes sociales y en otras cosas.

Esta manera de vivir ha hecho que se deterioren las relaciones humanas y familiares. De hecho, resulta alarmante los llamados cada vez más frecuentes a dejar los aparatos electrónicos a un lado para privilegiar las relaciones personales.

La solución que suelen dar a los expertos en la conducta humana se traduce en lo que llaman tiempo de calidad. Esto no sería otra cosa que dar atención consiente de nuestros afectos, sean parejas, hijos, padres o amigos. En otras palabras, reservar intencionalmente el tiempo y nuestros recursos para demostrarles a esas personas cercanas cuanto nos importan, libres de cualquier distracción (televisión, videojuegos, redes sociales, chats, etc.). De esta manera, hay un enriquecimiento personal entre todos (parejas, padre e hijos, amigos).

Hoy en el Evangelio de nuestra Santa Misa (Mt 17, 1-9) escuchamos una lección importante para nuestra vida: necesitamos pasar tiempo de calidad con Jesús. Fíjate en los siguientes detalles…

Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado”. Jesús no quiere que se distraigan, que estén afanados con las actividades. Es un tiempo que dedican solo para estar con Él. Igual nosotros: debemos disponer de un tiempo y un lugar (¡mejor en el Templo!) en donde dejemos cualquier compromiso de lado y el teléfono apagado.

Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí!”. Necesitamos hablar personalmente con Jesús: decirle cómo nos sentimos, qué nos preocupa, qué proyectos tenemos, qué nos entristece, qué nos alegra… Y para ello, debemos iniciar con lo fundamental: reconocer la presencia de Jesucristo en ese momento.

una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra”. Necesitamos dejar tiempo para escuchar a Jesús que nos habla. Y el Señor puede servirse de su Palabra escrita, de una reflexión, de una corrección, de una lectura, de un evento extraordinario. Es la voz del Padre quien nos lo recuerda: hemos de escuchar a Jesús si queremos que nuestra vida sea diferente y feliz.

El Señor dejó un mensaje claro a los Apóstoles en ese momento: Él es el centro de la Palabra porque está en medio de la ley y los profetas; y que es el Dios único y verdadero. En cada tiempo de calidad que pasemos con el Maestro podremos ver y escuchar su mensaje para nosotros.

Hoy es un buen día para hacer el propósito de pasar tiempo de calidad con Jesús. A Él la gloria, el honor y el poder, por los siglos de los siglos.


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