¿Por qué decimos que Dios nos ama?
Es una frase que la Iglesia ha repetido desde siempre: Dios nos ama. Sin embargo, hay muchísimas personas que cuestionan esta afirmación. Para ello recurren a eventos y hechos dramáticos con la pregunta: si Dios nos ama, ¿por qué hay tanto mal en el mundo?
Evidentemente, el problema está mal planteado. Desde el punto de vista lógico, supone un error llamado falacia ad hominem: significa poner un descrédito sobre el otro para “restar veracidad a sus afirmaciones”. Así Dios sería malo porque no consigo trabajo, porque me caí por la calle, porque llovió y se mojó la ropa, porque unos asesinos quitaron la vida a unos inocentes, etc. En el imaginario de esas personas, Dios debería ser como una especie de siervo/guardaespaldas/superhéroe de cada ser humano sobre la faz de la tierra (por supuesto, no sería una persona que merece nuestra alabanza ni nuestro amor).
Para entender por qué decimos que Dios nos ama, hemos de entender qué cosa es el amor. Y la mejor explicación la encontramos en la segunda lectura de nuestra Misa de hoy: “El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca” (1Co 13, 4 – 8). Si sustituimos “el amor” y en su lugar ponemos “Dios” o “Jesús” podremos entender perfectamente por qué decimos que Dios es bueno.
Un buen padre no es quien evita cualquier daño o evento a su hijo. En realidad, el buen padre es quien prepara mejor a su hijo para la vida. Y así hace Dios con nosotros.
Dios nos ha hecho libres para determinarnos a buscar y elegir el bien, para cada uno y para otros. El bien o el mal que hagamos repercute en los demás, por lo que solamente somos responsables nosotros. Culpar a Dios por lo malo (obviando lo bueno que nos sucede, claro está) es consecuencia de una posición visceral. Así lo escuchamos en el Evangelio (Lc 4,21-30).
Los vecinos de Nazareth querían ver un milagro. No buscaban a Jesucristo como Dios y Señor. Querían un espectáculo. Y el Señor les hace saber que es necesaria la fe (que es no esperar nada a cambio) que significa buscar al Señor por quien es, no por lo que pueda reportarle de provecho o interés. Esa posición del Señor no significa que no sea Dios. Solo quiere decir que la divinidad no debe ser probada accediendo a caprichos.
Dios nos ama y nos lo demuestra a diario. El que podamos aceptarlo o menos no cambia para nada el amor que Dios nos tiene. Entonces el secreto estará en reconocer el amor que Dios nos tiene y que eso ilumine y dé sentido a toda nuestra vida. Podríamos citar ahora esa frase que circula mucho por las redes sociales: “Así como el ciego puede saber que existe el sol sin verlo, porque siente su calor, así yo sé que Dios me ama, no porque lo vea, sino porque siento su presencia en mi vida”
Dios
te bendiga.
Comentarios
Publicar un comentario