Soltó el manto...
En el Evangelio de nuestra Santa Misa escuchamos el hermoso pasaje del ciego Bartimeo (Mc 10,46-52). A las afueras de la ciudad de Jericó, sabiendo que era el Señor que pasaba, le pide que tenga misericordia de él. Y lo hace insistentemente.
Los viandantes interceden por él ante Jesús, y el Maestro accede a encontrarse con Bartimeo. Hay un pequeño gesto que el Evangelista menciona: soltó el manto.
El manto era una indumentaria muy útil en la época en la que el Señor peregrinó por el territorio de Israel. Servía para protegerse del polvo y el viento, para conseguir sombra o para tenderlo sobre una superficie y descansar. No es extraño que Bartimeo tuviese un manto. Una cosa tan útil en ese momento preciso para el encuentro con el Maestro es desechada por Bartimeo.
Para un ciego, encontrarse envuelto en un manto resulta una situación muy incómoda si tiene necesidad de moverse con rapidez. Bartimeo quería encontrarse con Jesús en ese momento y el útil manto se convierte en un obstáculo. La mejor decisión era desprenderse de él para facilitar el encuentro con el Señor.
Este gesto de Bartimeo puede hacernos reflexionar.
Nadie puede dudar que hay muchas personas que han oído hablar de Jesús y se sienten atraídas por su mensaje. Sin embargo, no logran tener el encuentro con el Señor que dé el significado nuevo para su vida. Y no lo hacen porque no remueven los obstáculos que impiden ese encuentro.
No necesariamente se refiere a obstáculos materiales (distancia, dificultades motrices) sino más bien a obstáculos de índole moral: resentimientos hacia alguna persona, ideologías, terquedad en mantener una posición, soberbia que nos impide reconocer nuestros defectos… Son “muros” que construimos nosotros y que constituyen el principal obstáculo para el encuentro con Jesús. Mientras existan esos obstáculos y no nos deshagamos de ellos, simplemente el encuentro con el Maestro es poco menos que imposible.
Hoy es una oportunidad para reflexionar sobre cuáles pueden ser los obstáculos en nuestra vida que impiden un encuentro con Jesús. Y si logramos identificarlos, hagamos como Bartimeo: liberémonos de ellos.
Que Dios nos bendiga hoy y siempre.
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