Aunque la mona se vista de seda...
Un refrán ampliamente conocido reza: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Ello quiere decir que por más que se intente disfrazar la realidad, las cosas seguirán siendo lo que son.
La sociedad actual se ha dejado llevar por múltiples ideologías, muchas de ellas hunden sus fundamentos en actitudes y comportamientos contrarios a la voluntad de Dios. El objetivo de esas ideologías es contradecir los valores que han fundamentado la sociedad. Uno de esos tantos valores son los valores morales dejados por Jesucristo a su Iglesia.
El hecho es que hoy los valores tradicionales y cristianos sufren un ataque que, personalmente, califico de irracional. Sociedades y gobiernos gastan millones en promover esas ideologías y crear un aparato legal para callar las voces disidentes y en algunos casos, calificar como delito la defensa de los valores cristianos.
Un punto que reconocen hasta los mismos promotores de esas ideologías es que contradicen hasta la misma naturaleza. Para superar ese escollo, acuden a una estrategia simple pero eficaz: cambiar el nombre a las cosas. Con ello pretenden acallar y manipular las conciencias.
Y volvemos a nuestro punto de partida: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Por más que cambie el nombre, no cambia la naturaleza perniciosa de las acciones que defienden. La eutanasia seguirá siendo homicidio, el aborto seguirá siendo homicidio, etc.
Un ataque feroz también se dirige contra la institución familiar. Desde hace muchísimos años se ha dirigido un ataque sostenido y sistemático a la familia. Se hace una defensa a ultranza del divorcio, se ha vaciado completamente el significado del amor, se promueven otras formas que eufemísticamente se llaman “convivencias no tradicionales”, se penaliza a los que defienden la institución familiar tal como el Señor la ha establecido.
En Señor Jesús, yendo en contra de la opinión bastante difundida en su época, defiende lo que ha sido el proyecto original de Dios: La unión matrimonial es indisoluble, aunque muchísimas personas digan lo contrario y hasta un juez pueda establecerlo en una sentencia: lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre (Mc 10, 6 – 9).
La Iglesia no es “intransigente”. La Iglesia reconoce que hay circunstancias en las que la convivencia no es posible. En esos casos, la Iglesia aconseja la posible separación por el bien de las personas, tal como lo dice San Pablo: “En cuanto a los casados, les doy esta orden, que no es mía sino del Señor: que la mujer no se separe de su marido. Y si se ha separado de él, que no se vuelva a casar o que haga las paces con su marido. Y que tampoco el marido despida a su mujer” (1Co 7, 10 – 11). Ciertamente, puede suceder –y sucede– que en la vida matrimonial haya circunstancias que hacen imposible la convivencia, entonces, es mejor separarse, pero, no por eso desaparece el vínculo matrimonial. Ésta es la razón por la que la Sagrada Escritura dice que no es libre el hombre o la mujer separada de contraer matrimonio con otra persona (Mc 10, 10-11). Mientras no conviva con otra persona, puede acceder a los sacramentos normalmente.
La Iglesia también reconoce que hay matrimonios aparentes, es decir, que existe una o varias razones por las que un matrimonio no es válido. Eso debe ser probado en el modo establecido por la Iglesia.
No es fácil el papel de la Iglesia. No resulta cómodo. Igual que Jesús en su tiempo. El que un grupo que se autodenomina “la mayoría” no esté de acuerdo con el modelo divino de matrimonio, no quiere decir que no es la Voluntad de Dios la institución matrimonial.
Recemos por nuestras familias y por nuestros amigos. Que Dios les bendiga.
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