Una virtud para todo cristiano
En el evangelio de nuestra Santa Misa (Lc 2, 16-21) escuchamos como acudieron a presentar sus respetos al Niño Jesús pastores y gente humilde que estaba en Belén. Para el modo de vivir de la época, aquello debió ser un evento que superó cualquier expectativa para una familia humilde, de pueblo. Habían pasado penurias en el viaje: María estaba en avanzado estado de gravidez, no encontraron posada, tuvieron que arreglarse en un lugar incómodo, hecho para animales, y sin las mínimas comodidades para el Bebé. Ahora presenciaba una serie de eventos que no solo les llenaban de gozo, sino que además los superaba. La actitud de María que realza el evangelista es que guardaba todas esas cosas y las meditaba en el corazón. Primero, las atesoraba en la memoria. Una virtud necesaria también en la vida ordinaria. Los seres humanos solemos no hacer recurso a la memoria de mediano y largo plazo. Siempre dejamos que sea la última experiencia la que tome el control del futuro, y no en rara ve