La santidad está en la disposición

El Evangelio de nuestra Misa de hoy nos narra un episodio bastante común en la época en que vivió el Señor. Se trata de un grupo de muchachas que acompaña al novio en su fiesta de bodas. El Señor hace una distinción en el grupo: cinco eran prudentes y cinco eran necias.

El final de la parábola resulta en que las necias no entraron a participar en la fiesta de boda. Ahora mismo podríamos preguntarnos qué quiso decir el Señor con esta parábola.

Las muchachas necias acudieron a la invitación que les hiciera el novio sin prepararse convenientemente. En una época en la que no hay energía eléctrica, la única forma de iluminar en la noche era mediante lámparas. Normalmente, las lámparas usaban como combustible el aceite. Si se quería participar en una fiesta que duraba toda la noche, habría que proveerse de una buena cantidad de aceite. Y las muchachas necias no lo hicieron.

Es importante resaltar que todas las muchachas se quedaron dormidas. Quiere decir que todas sucumbieron al sueño. Esto que significa que por cansancio o por debilidad dejaron de estar atentas en la espera. Todas sin distinción. Es interesante que el Señor indique este detalle porque quiere señalar que todos, sin distinción, podemos en algún momento de nuestra vida flaquear o apartarnos del camino. La diferencia entre ambas radica en que cuando oyeron el llamado, las previsoras volvieron a la riqueza de su corazón mientras que las necias no pudieron hacerlo.

Al momento de despertar al llamado, ahí se notó la diferencia. Unas estaban dispuestas para recibir al novio. Las otras no. Quisieron componer al final, pero no les dio tiempo. Quedaron fuera.

La santidad no consiste en no pecar nunca. Ese tipo de personas no existen. La santidad consiste en tener la disposición de seguir a Jesucristo y atender a los llamados que nos hace. A pesar de que pueda distraerme, sentirme cansado del camino de la vida, o de ceder a la debilidad o la tentación… cuando escucho el llamado de Jesús, ¡me reinicio!

Eso es la santidad: la voluntad firme y permanente de seguir a Jesús en todo momento. Como las muchachas prudentes.

Así que hagamos nuestro propósito de ser santos: tomemos la decisión de seguir a Jesucristo y atender a los llamados que nos hace.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

La segunda venida del Señor y el fin del mundo