Jesucristo y sus sentimientos
En la segunda lectura de la Santa Misa de este domingo (Fil 2, 1-11) escuchamos una enseñanza que fundamenta nuestra condición de cristianos. En primer término, Jesús es Dios. San Pablo afirma sin medias tintas la divinidad de Cristo. No obstante, siendo Dios, por amor a nosotros se hizo hombre, “se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.
Por eso su sacrificio en la cruz y su victoria definitiva con la resurrección tienen un valor infinito. Nunca debemos cansarnos de profesar públicamente que Jesús es Dios, que Jesús nos ama, que Jesús es nuestro Salvador, que Jesús es nuestro Señor. La vida nos será corta para hacerlo suficientemente.
San Pablo, además, nos pide que tengamos los mismos sentimientos de Cristo. Hoy en el Evangelio (Mt 21, 28-32), Jesús se sirve de la parábola de los dos hijos que, ante el mandato del padre de ir a trabajar a la viña uno dijo que no, pero después se arrepintió y se fue; el otro dijo que iría, pero, al final no fue.
El Señor se refiere dos tipos de actitudes: a los rebeldes y pecadores que rechazan la Palabra inicialmente, pero luego aceptan el llamado a la conversión; y luego a los que dicen que sí la aceptan, pero su conducta no se corresponde con lo que dice.
Es una enseñanza profunda. No son nuestras palabras las que nos ganarán el cielo: son nuestras acciones. Una vez aceptemos la invitación del Señor, no importa lo que hayamos hecho en el pasado, lo que importa es cómo estamos hoy: caminando en santidad. Por eso, el Señor alaba la actitud de las prostitutas y los pecadores que atendieron el llamado de Juan el Bautista.
No es una actitud buena reprochar el pasado de una persona que hoy quiere vivir en santidad. Ya el profeta Ezequiel (18, 25-28) denunciaba esa mala actitud en los israelitas: la justicia está en cambiar de vida, apartarse del mal.
¿Quieres tener los mismos sentimientos de nuestro Dios, Señor y Salvador Jesucristo? Alégrate de la conversión de los hermanos y nunca recrimines su pasado. Alégrate de que caminamos en santidad.
Dios te bendiga.
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