Cuando Dios se hace uno como nosotros


La Iglesia nos enseña que el mensaje de salvación que Cristo nos trae, se realizó mediante palabras y gestos. Este pasaje del bautismo del Señor es uno de esos tantos episodios en los que el Señor nos dice más que las palabras.
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Lo primero que debemos tener en cuenta es que el bautismo de Juan no es el sacramento del Bautismo que fue instituido por el Señor. Es un bautismo diferente, de hecho, San Pablo cuando llegó a Éfeso se encontró con unos discípulos. Al hablarles del Espíritu Santo, los discípulos le manifiestan que no han oído hablar de Él. San Pablo le pregunta qué bautismo han recibido y ellos le dicen “el bautismo de Juan”. San Pablo les aclara: “Juan bautizaba con miras a un cambio de vida y pedía que creyeran en Jesús” (Hech. 19, 4). Efectivamente, el mismo Juan dice: “Yo los bautizo en el agua en señal conversión. Pero después de mí viene uno con más poder que yo… y él los bautizará en el Espíritu Santo y fuego” (Mt. 3, 11; Lc. 3, 16) Lucas dice también: “Juan empezó a recorrer toda la región del río Jordán, predicando el bautismo y conversión para obtener el perdón de los pecados” (Lc. 3, 3)
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¿Por qué, entonces, el Señor se acerca a bautizarse por Juan? Él no necesitaba ninguna conversión ni que se le perdonaran los pecados. ¿Por qué lo hace? San Juan Bautista muestra también su perplejidad en el Evangelio de hoy: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”.
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La Iglesia nos enseña que Jesús se hizo semejante a nosotros menos en el pecado (Gaudium et spes 22). San Pablo lo dice claramente: “Jesús, siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, se hizo semejante a los hombres” (Fil. 2, 6 – 7). Cuando Jesús se acerca a pedir el bautismo de Juan lo hace porque quiere unirse a nosotros en todas las ocasiones. Dios se hizo hombre y se hizo uno como nosotros. Él sabe y conoce todas nuestras penurias, alegrías y tristezas, preocupaciones y deseos. Jesús es uno como tú o como yo. Por eso tenemos a un Dios cercano a quien podemos acudir con esa conciencia: Él sabe por lo que estoy pasando.
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El bautismo de Jesús marca el inicio de su vida pública: quiere manifestarse como un Dios cercano y anunciarnos, con nuestro lenguaje, el camino de salvación. Ese es el sentido de la teofanía que escuchamos hoy en el Evangelio de nuestra Santa Misa: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». No debemos perder de vista que Jesús es el centro de nuestra vida, el Dios que nos habla, el Dios que quiere ofrecernos la salvación, el Dios que debemos anunciar a los demás.
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Que hoy sepamos que cuando recibimos el bautismo nos hicimos uno con Cristo, y que debemos en nuestra vida procurar ser uno con Él: en nuestras palabras, pensamientos y acciones. ¡Somos de Cristo!

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