Orar con insistencia, fieles a la Palabra
Las
lecturas del Evangelio de este domingo giran en torno a dos argumentos. El
primero, sobre la necesidad de orar siempre y con insistencia (Lc 18, 1) y el
segundo, sobre la familiaridad del creyente con la Palabra (2 Tim 3, 16-17).
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En el Evangelio de nuestra Misa (Lc 18, 1-8), escuchamos la parábola de la mujer que reclama al juez injusto. El Señor pone ese ejemplo para enseñar a sus discípulos de la necesidad de orar siempre y con insistencia. Es una enseñanza diáfana de Jesús: orar siempre, orar con insistencia.
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Orar es tratar con el Señor: hablar con Él, llorar con Él, pelear con Él. Pedirle, rogar el perdón, mostrar nuestro arrepentimiento, alabar y bendecir su nombre, discernir las situaciones de nuestra vida… ¡Y debemos hacerlo siempre!
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Los creyentes de los últimos tiempos han ido dividiéndose en aquellos que hacen un esfuerzo por dedicar un tiempo diario para orar, y en otros, infortunadamente la mayoría, que postergan la oración para contados momentos de la vida, normalmente en los momentos de desgracia. Estos últimos no son y no serán jamás el ideal del discípulo de Cristo Jesús puesto que el creyente debe orar siempre y con insistencia.
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En la oración de petición, hemos de ser perseverantes. Es un error que se va difundiendo mucho el que las personas oran un par de veces y estiman que eso es suficiente. Otros que se limitan a un momento y pretenden establecer una especie de negocio con Jesús: si me concedes esto, yo haré lo otro. Tampoco eso es el ideal del discípulo de Cristo.
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Una fuente privilegiada para la oración es la Sagrada Escritura. La Iglesia lo ha creído siempre y recientemente los Papas Benedicto XVI y Francisco lo han recordado con fuerza. Es una fuente de sabiduría. Como recuerda el Papa Francisco: La devoción a la Palabra de Dios no es solo una de muchas devociones, hermosa pero algo opcional. Pertenece al corazón y a la identidad misma de la vida cristiana. La Palabra tiene en sí poder para transformar nuestras vidas.
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En la segunda lectura, San Pablo le recuerda a Timoteo que en las Escrituras encontrará “la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena” (2Tim 3, 15-17).
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Todo creyente debe leer la Palabra. Si no entiendes algo, pregunta. Medítala. Encuentra en Ella la fuerza para seguir, la respuesta a las interrogantes. Ama la Palabra. Somos creyentes de la Palabra.
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Dios te bendiga.
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En el Evangelio de nuestra Misa (Lc 18, 1-8), escuchamos la parábola de la mujer que reclama al juez injusto. El Señor pone ese ejemplo para enseñar a sus discípulos de la necesidad de orar siempre y con insistencia. Es una enseñanza diáfana de Jesús: orar siempre, orar con insistencia.
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Orar es tratar con el Señor: hablar con Él, llorar con Él, pelear con Él. Pedirle, rogar el perdón, mostrar nuestro arrepentimiento, alabar y bendecir su nombre, discernir las situaciones de nuestra vida… ¡Y debemos hacerlo siempre!
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Los creyentes de los últimos tiempos han ido dividiéndose en aquellos que hacen un esfuerzo por dedicar un tiempo diario para orar, y en otros, infortunadamente la mayoría, que postergan la oración para contados momentos de la vida, normalmente en los momentos de desgracia. Estos últimos no son y no serán jamás el ideal del discípulo de Cristo Jesús puesto que el creyente debe orar siempre y con insistencia.
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En la oración de petición, hemos de ser perseverantes. Es un error que se va difundiendo mucho el que las personas oran un par de veces y estiman que eso es suficiente. Otros que se limitan a un momento y pretenden establecer una especie de negocio con Jesús: si me concedes esto, yo haré lo otro. Tampoco eso es el ideal del discípulo de Cristo.
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Una fuente privilegiada para la oración es la Sagrada Escritura. La Iglesia lo ha creído siempre y recientemente los Papas Benedicto XVI y Francisco lo han recordado con fuerza. Es una fuente de sabiduría. Como recuerda el Papa Francisco: La devoción a la Palabra de Dios no es solo una de muchas devociones, hermosa pero algo opcional. Pertenece al corazón y a la identidad misma de la vida cristiana. La Palabra tiene en sí poder para transformar nuestras vidas.
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En la segunda lectura, San Pablo le recuerda a Timoteo que en las Escrituras encontrará “la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena” (2Tim 3, 15-17).
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Todo creyente debe leer la Palabra. Si no entiendes algo, pregunta. Medítala. Encuentra en Ella la fuerza para seguir, la respuesta a las interrogantes. Ama la Palabra. Somos creyentes de la Palabra.
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Dios te bendiga.
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