Las tentaciones de Jesús en el desierto
Hoy, las lecturas de la Santa
Misa nos narran las tentaciones del Señor. Hay una secuencia a la que debemos
prestar atención: Jesús había sido bautizado, y antes de comenzar su vida pública
se retira al desierto. Y después de cuarenta días (de ahí la práctica de la Cuaresma)
el demonio viene a tentarle. Y le presenta tres tentaciones.
La primera consideración es que nosotros,
bautizados, no debemos preocuparnos por sentir tentaciones. Es normal que así
sea: el demonio no tienta al que va por mal camino, sino al que hace el
esfuerzo por seguir a Jesús y cumplir sus mandamientos. Las tentaciones (visto
de esa manera) es una señal de que vamos por buen camino. Lo malo es ceder a
ellas. Sin embargo, levantarnos de cada caída nos fortalece en nuestra vida, de
la misma manera que cuando el bebé, que aprende a caminar, se cae y se levanta.
Eso le permite aprender a caminar.
El demonio puede tentarnos en
diversos ámbitos nuestra vida:
La primera tentación:
es la tentación de olvidarse de Dios –de su Palabra, de Cristo– ante la
urgencia del pan. Es el chantaje que ejercen sobre nosotros las necesidades
primarias para que renunciemos a los valores auténticos y a la vida del
Espíritu.
La segunda tentación:
es la tentación de la magia, del espectáculo, del “milagrito”, de la
superstición. Es pretender plegar la Voluntad Divina a la propia, convirtiendo
a Dios –a Jesús– en una especie de títere o alguien sin importancia. Según
esto, no importa cumplir la Voluntad de Dios sino la propia.
La tercera tentación:
es la tentación
del poder, del dominio, del endiosamiento a toda costa. Es la tentación de la
adulación
y del dejarse someter como vía
para surgir y ascender. Es la materialización del egoísmo, de la
soberbia, del olvido de Dios: con tal de obtener lo que se desea, se llega a
adorar al mismísimo demonio.
Todas esas cosas tienen un
elemento en común: querer instrumentalizar a Dios mismo. Todas las tentaciones
comienzan con un “Si eres el Hijo de Dios…”. Y el objeto de toda tentación es
el mismo: alejar nuestra mente y corazón de Jesús. Podemos tener caídas, pero,
al levantarnos y continuar, nos fortalecemos en la fe.
El tiempo de cuaresma es el
tiempo perfecto para examinarnos: en qué ámbitos de nuestra vida el demonio
quiere que nos apartemos de Cristo. Es un tiempo para examinarnos y para
convertirnos.
Que Dios nos ayude en este
propósito.
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