CONFESAR Y SEGUIR A CRISTO, DE MANERA TOTAL
Es algo normal en la vida de
todos el rehuir de la incomodidad y del dolor. Sin embargo, la dinámica de la
naturaleza humana hace que muchas cosas buenas requieran un esfuerzo o
necesiten pasar por un momento incómodo o doloroso. No aceptar esa dinámica
genera una serie de distorsiones en la manera de concebir e interpretar el
mundo. Creo que todos nosotros habremos tenido la experiencia de conocer alguien
que quiere vivir una vida superplacentera pero sin hacer ningún tipo de
esfuerzo para ganársela. Habrás encontrado, seguramente, personas que quieren
un trabajo no exigente, con un horario reducido y una paga extraordinaria.
Ese tipo de personas tienen una
visión distorsionada de la vida, pero han aceptado ese modo de vivir. El punto
central de esta visión: hay que evitar el esfuerzo y el dolor, y vivir el
placer al máximo.
Aunque parezca extraño, esa misma
visión puede ser trasladada a la vida cristiana. Seguir a Cristo sin
compromisos, aceptar un Cristo cómodo, vivir un cristianismo sin cruz.
En la primera lectura, escuchamos
uno de los poemas del Siervo de Yahweh. En el libro del profeta Isaías hay una
serie de poemas que hablan de un personaje que lleva como nombre “Siervo de
Yahweh”. Ese siervo, por fidelidad a Dios, era capaz de soportar todas las
afrentas porque encontraba en Dios su fortaleza y su ayuda.
En el Evangelio de nuestra Misa,
Jesús les pregunta directamente a los Apóstoles sobre lo que piensan de su
Persona. Pedro, tomándose la vocería, confiesa su fe: «Tú eres el Mesías». Inmediatamente, el Señor Jesús comienza a
exponerles el camino que debe recorrer para terminar su misión: «El
Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los
ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres
días»
Inmediatamente, el mismo que
había profesado su fe en Cristo Mesías quería apartarlo de su camino. No
aceptaba el esfuerzo y el sufrimiento que significa seguir a Jesús. Y el Señor
le llama la atención con gran fuerza: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas
como los hombres, no como Dios!».
Seguir a Cristo, cumplir su
voluntad, requiere, sin duda, esfuerzo y puede tener como consecuencia normal
la adversidad. Y eso es algo connatural en la vida cristiana.
No es normal aceptar un
cristianismo a la medida. Eso no es cristianismo. «El que quiera venirse conmigo,
que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». El discípulo de Cristo debe estar dispuesto a
aceptar la contrariedad en su propia vida, y a encontrar seguridad, confianza y
fortaleza en Cristo Jesús.
Hoy, el Evangelio nos invita a
confesar nuestra fe en Cristo Jesús y a aceptar con fe, confianza y fortaleza,
las adversidades que implican seguir a Jesús el Señor. ¡Ánimo, que Jesús está
con nosotros!
Dios te bendiga.
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