La plenitud de todos los ahnelos


Para que podamos entender la riqueza de este pasaje, tomemos en consideración dos detalles:

a) el primero, había una rivalidad histórica entre los Samaritanos y los judíos. Cuando se separaron los reinos después de la muerte del rey Salomón, el rey de las tribus del norte estableció el Monte Garizim como lugar de culto para evitar que los súbditos fueran al Templo de Jerusalén.

b) El Señor Jesús tenía trato con las mujeres, puesto que muchas de ellas le acompañaban. La extrañeza de los apóstoles era que hablara con ella sin la compañía de otras personas. Se refiere a las costumbres de la época, fruto de las enseñanzas de los rabinos, que tenían un trato “diferenciado” con las mujeres. En otras palabras, al Señor no le importan los convencionalismos sociales, lo que piensen los demás.

Este pasaje que narra el  encuentro de Jesús con una mujer de Samaría, es uno de los más profundos desde el punto de vista humano y espiritual. La Samaritana es una mujer con buenos sentimientos pero por diversos motivos ha llevado una vida algo dispersa, tanto que llevaba una vida en concubinato y tenía el corazón lleno de una rivalidad histórica: guardaban un rencor a los judíos.

El hecho de que esta mujer viviera esta vida tan difícil no fue un obstáculo para un encuentro con Jesús que cambia la vida. Notemos que el diálogo no comienza hablando directamente de la conversión y el cambio de vida sino con un hecho perfectamente humano: “Dame agua”. De esa situación, el Señor pasa a lo más noble y sublime: “el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed”. De ahí en adelante fue una experiencia de Dios que fue compartida con los otros vecinos. Tal era el encanto que le rogaron que se quedara con ellos.

Hay que reconocer algo en la Samaritana: tiene el corazón abierto para nuestro Señor: si Él toca, ella le deja entrar, si Él llama, ella atiende. Presta atención a las palabras de Jesús. El Señor pasa de la sed de agua, a la satisfacción de todos los anhelos: “el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

Ya después no se habla del agua, de la sed que se padece, ni de otra cosa. Se convierte en un escuchar y meditar las palabras del Señor. Todos están convencidos: “sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”.

En este Evangelio hallamos también nosotros el estímulo para «dejar nuestro cántaro», símbolo de todo lo que aparentemente es importante, pero que pierde valor ante el «amor de Dios». ¡Todos tenemos uno o más de uno! Yo os pregunto a vosotros, también a mí: ¿cuál es tu cántaro interior, ese que te pesa, el que te aleja de Dios? Dejémoslo un poco aparte y con el corazón escuchemos la voz de Jesús, que nos ofrece otra agua, otra agua que nos acerca al Señor. Estamos llamados a redescubrir la importancia y el sentido de nuestra vida cristiana, iniciada en el bautismo y, como la samaritana, a dar testimonio a nuestros hermanos. ¿De qué? De la alegría. Testimoniar la alegría del encuentro con Jesús, porque he dicho que todo encuentro con Jesús nos cambia la vida, y también todo encuentro con Jesús nos llena de alegría, esa alegría que viene de dentro. Así es el Señor. Y contar cuántas cosas maravillosas sabe hacer el Señor en nuestro corazón, cuando tenemos el valor de dejar aparte nuestro cántaro.

Solo en Jesús se obtiene la plenitud de todos los anhelos. Cuando se pone la fe y la confianza en Él se obtiene la respuesta a todas las situaciones, aunque no siempre de manera inmediata. Sólo hemos de prestar atención a Jesús y a su mensaje, y encaminar los pasos de nuestra vida según su voluntad. No debemos rehuir a Jesús, sino prestar atención como lo hicieron la Samaritana y sus vecinos, dejando de lado todas los prejuicios.

Al inicio de la cuaresma hablábamos que este tiempo debe estar enriquecido con la oración, la penitencia y la limosna. Una forma de orar es meditar, es decir, prestar atención a los hechos de nuestra vida e iluminarlos desde el mensaje de Jesús, o también desde la Palabra del Señor reflexionar sobre las consecuencias para nuestra vida.

Para esto hace falta tiempo. Revisa tu día y dedica un tiempo todos los días para hablar con Dios y para meditar. Y mantente firme.

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