La fe es...
Domingo 19 del tiempo
ordinario
Hoy, la segunda lectura de la Misa de hoy, es un canto en prosa de lo
que es la fe: La fe es la forma de
poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se
ven.
En el modo de hablar ordinario de las personas, “fe” es como una especie
de confianza ciega en algo. De hecho, a una persona que le recomiendan un
bebedizo o un “guarapo”, normalmente acompaña la frase: “bébetelo con fe”. Pero
eso, no es fe en el sentido bíblico.
La fe es poseer ya lo que se añora. Y no nos referimos a los bienes
materiales. No. De hecho, en el evangelio de hoy, el Señor hace esa seria
advertencia: Consíganse unas bolsas que
no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no
llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará
su corazón. El creyente no pone su esperanza en las cosas materiales,
porque son pasajeras, son contingentes, porque ellas no nos dan la salvación.
Citando al Papa Francisco: Nunca he visto un camión de mudanza detrás de un
cortejo fúnebre. Lo material es necesario, sí, pero nuestra vida no ha de ser
guiada por lo material y pasajero, sino por la fe en Cristo Jesús.
Esa fe en Cristo transforma nuestra vida dándole un significado nuevo. Una
vez que se da el corazón a Jesús, y nos dejamos guiar por Él, las cosas
adquieren un significado nuevo: ya el dolor no es maldición sino purificación y
poderosa arma de intercesión. El pecado, aunque malo, es la ocasión perfecta
para sentir en el corazón el amor del Señor que me perdona, y así
sucesivamente. Todo ayuda y sirve para quien ha puesto su fe, su confianza y su
amor en Jesucristo.
Escuchamos en la segunda lectura: Todos
ellos murieron firmes en la fe. No alcanzaron los bienes prometidos, pero los
vieron y los saludaron con gozo desde lejos. Ellos reconocieron que eran
extraños y peregrinos en la tierra. Quienes hablan así, dan a entender
claramente que van en busca de una patria; pues si hubieran añorado la patria
de donde habían salido, habrían estado a tiempo de volver a ella todavía. Pero
ellos ansiaban una patria mejor: la del cielo.
La fe transforma la vida del creyente: sabe que vivir en el hedonismo,
en la búsqueda del placer que solo deja vaciedad. Prefiere vivir con el corazón
puesto en la alegría verdadera, en Jesús, sabiendo que Él, que es fiel, nos
dará lo que esperamos. Por eso, estamos alertas como el siervo que espera a su
amo, y no vivimos como aquel que siervo malo que vive como si Dios no
existiera.
Pongamos nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. Sintamos en el
corazón la salvación que nos ofrece y encontraremos un significado nuevo a
nuestra vida.
Dios nos guarde y nos guíe siempre. Amén.
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