Domingo XXXIII del tiempo ordinario - Ángelus del Papa Francisco
“Queridos
hermanos y hermanas.
El evangelio de
este penúltimo domingo del año litúrgico nos propone una parte de las
palabras de Jesús sobre los eventos últimos de la historia humana, orientada
hacia el pleno cumplimiento del reino de Dios.
Es la prédica
que Jesús hizo en Jerusalén antes de su última pascua. Eso contiene algunos
elementos apocalípticos, como las guerras, carestías, catástrofes cósmicas. “El sol se oscurecerá, la luna no dará más su
luz, las estrellas caerán del cielo y las potencias que están en el cielo serán
trastornadas”.
Entretanto estos
elementos no son la cosa esencial del mensaje. El núcleo central en torno al
cual giran las palabras de Jesús es Él mismo, el misterio de su persona y de su
muerte y resurrección, y su retorno al final de los tiempos. Nuestra meta
final es el encuentro con el Señor resucitado.
Yo quisiera
preguntarles ¿cuántos piensan sobre ésto?: 'Habrá un día que yo encontraré cara
a cara al Señor'. Y esta es nuestra meta, nuestro encuentro.
Nosotros no
esperamos un tiempo o un lugar, sino que vamos a encontrar a una persona:
Jesús. Por lo tanto el problema no es 'cuando' sucederán los signos
premonitores de los últimos tiempos, sino que nos encuentre preparados. Y no se
trata tampoco de saber 'cómo' sucederán estas cosas, sino 'cómo' tenemos que
comportarnos, hoy en la espera de éstos.
Estamos llamados
a vivir el presente construyendo nuestro futuro con serenidad y confianza en
Dios. La parábola del higo que florece, como signo del verano que se acerca,
dice que la perspectiva del final no nos distrae de la vida presente, sino que
nos hace mirar hacia nuestros días actuales con una óptica de esperanza.
Esa virtud tan
difícil de vivir: la esperanza, la más pequeña de las virtudes pero la más
fuerte. Y nuestra esperanza tiene un rostro: el rostro del Señor
resucitado, que viene “con gran potencia y gloria, y que esto manifiesta su
amor crucificado y transfigurado en la resurrección. El triunfo de Jesús al
final de los tiempos será el triunfo de la cruz, la demostración que el
sacrificio de sí mismos por amor del prójimo, a imitación de Cristo, es la
única potencia victoriosa, el único punto firme en medio de los trastornos del
mundo.
El Señor Jesús
no es solo el punto de llegada de la peregrinación terrena, sino una presencia
constante en nuestra vida: por ello cuando se habla del futuro, y nos
proyectamos hacia ese, es siempre para reconducirnos al presente.
Él se opone a
los falsos profetas, contra los videntes que prevén cercano el fin del mundo,
contra el fatalismo. Él está a nuestro lado, camina con nosotros, nos
quiere mucho.
Quiere sustraer
a sus discípulos de todas las épocas, de la curiosidad por las fechas, las
previsiones, los horóscopos, y concentra su atención sobre el hoy de la
historia.
Me gustaría
preguntarles, pero no respondan, o cada uno responda interiormente: ¿Cuántos
entre nosotros leen el horóscopo del día? Cada uno se responda y cuando tengan
ganas de leer el horóscopo, mire a Jesús que está con nosotros. Es mejor,
nos hará mejor.
Esta presencia
de Jesús nos llama, esto sí, a la espera y a la vigilancia que excluyen sea la
impaciencia que de la modorra, del escaparse hacia adelante o quedarse
prisioneros del tiempo actual y de la mundanidad.
También en
nuestros días no faltan las calamidades naturales y morales, y tampoco las
adversidades y dificultades de todo tipo. Todo pasa, nos recuerda el Señor,
solamente su palabra queda como luz que mira y alivia nuestros pasos. Nos
perdona siempre porque está a nuestro lado, sólo es necesario mirarlo y nos
cambia el corazón. La Virgen María nos ayude a confiar en Jesús, el fundamento
firme de nuestra vida, y a perseverar con alegría en su amor".
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