Acerquémonos… para recibir la misericordia (Heb 4, 16)



Aun cuando el Evangelio de hoy nos invite a reflexionar sobre el servicio, hay un elemento sobre el cuál el Santo Padre Francisco ha reflexionado muchísimo y nos ha pedido, como miembros de la Iglesia, que lo anunciemos y reflexionemos con frecuencia: el amor y la misericordia de Dios con los hombres, el amor de Cristo para con nosotros.
Escuchamos en la segunda lectura de la Misa: No tenemos un Sumo Sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que Él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado (Heb 4, 15)
Dios, porque nos ama, se ha hecho hombre como nosotros, para hacernos saber que sabe lo que nos causa alegría, lo que nos causa tristeza, lo que nos preocupa y lo que nos anima, lo que nos place y lo que nos duele. ¿Cómo no nos va a entender si es uno de nosotros? Nadie puede decir que Dios –Jesús– no nos comprende.
Escuchamos igualmente en la segunda lectura de la Misa: Acerquémonos, por tanto, con plena confianza al trono de la gracia, para recibir la misericordia, hallar la gracia y obtener la ayuda en el momento oportuno (Heb 4, 16)
Sólo cuando un alma sabe que Jesús nos ama, que Jesús derrocha amor sobre cada uno de nosotros, ese alma se acerca con confianza, sin poner peros ni condiciones, no busca excusas para mantenerse lejos. El mal que sufre cada uno –moral o físico– no es una razón para alejarse, es una razón para estar más cerca de Jesús: No tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos (Lc 5, 31) En Jesús nos sabemos salvados, lejos de Él solo nos queda el mal y la condenación eterna. Con Jesús obtenemos el perdón de nuestros pecados y una vida nueva; lejos de Jesús solo perdición y apariencia.
Jesús quiere lo mejor para nosotros. Con Él entramos en comunión con la Trinidad –eso es la gracia– y siempre está dispuesto a ayudarnos en todo momento: siembre busca nuestro bien.
Por eso, la advocación del Señor que conocemos como el Sagrado Corazón de Jesús será una señal válida del amor de Dios sobre cada uno de nosotros.

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