Miércoles de la primera semana de Pascua



La tristeza de no tener a Jesús en el corazón
El Evangelio de la Misa de hoy  (Lc 24, 13–35) es el célebre pasaje de los discípulos de Emús. Llama la atención la tristeza de los discípulos. Ellos, hablando con el forastero, hablan en tiempo pretérito: “era”, “esperábamos”, “a Él no lo vieron”…
La tristeza en el corazón de estos discípulos radicaba en la falta de fe. No tenían a Jesús en su corazón. Hasta ese momento, toda su esperanza se fundamentaba en criterios humanos (“nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel”) y no eran capaces de aceptar el mensaje que el Señor Jesús les había venido enseñando durante años. De ahí el reclamo de Jesús: “¡Qué insensatos ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas!
Jesús vuelve al anuncio básico: les habla sobre Sí mismo. Les habla del Mesías. Parte de la Palabra (Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él). Esta acción del Señor Jesús es el modelo de todo apostolado, de todo trabajo pastoral: Anunciar a Jesús desde la Palabra. No debemos olvidar que sólo Jesús llena los corazones de los hombres (¡Con razón ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!). La consecuencia del encuentro con Jesús es sencilla: van y dan su testimonio a los demás (Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan)
Finalmente, hay un pequeño detalle que el Evangelio apenas menciona: Jesús se apareció a Pedro y eso fue garantía de la veracidad de la resurrección para los Apóstoles y los discípulos (“De veras ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”)

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