JESÚS: NINGÚN OTRO PUEDE SALVARNOS
Es una verdad que repetimos con
tanta frecuencia que casi no sabemos qué significa. De hecho, su nombre –Jesús–
significa Dios salva.
La pregunta esencial: ¿Qué es la
salvación? ¿De qué nos salva Jesús? La salvación es librarnos del castigo
eterno, de la pena merecida por nuestros pecados, gracias a la satisfacción
hecha por Jesús. Esta salvación nos la ganó para todos, pero, cada quien debe
hacerla suya, cada quien debe alcanzarla. Sin el arrepentimiento y la
conversión, si la voluntad firme de seguir a Cristo Camino, Verdad y Vida, no
podré hacer valer en mí los méritos de Jesucristo.
La salvación es también verme libre
de todo mal. Y aunque pudiéramos enumerar cualquier cantidad de peligros a los
cuales estamos expuestos, el mal más grande es el pecado. El pecado nos priva
del bien más grande: Dios mismo. Jesús, Dios hecho hombre, nos ha amado tanto
que está dispuesto a librarnos de ese mal tan feo y maluco.
El amor de Dios se extiende a todas
las circunstancias de nuestra vida. Y nuestra fe, confianza y amor en Jesús
impregna todo lo que hacemos: hasta en esos detalles alcanza la salvación que
Jesús nos ofrece. Basta que se lo pidamos con fe, con confianza y con amor.
Jesús: El
Buen Pastor
El pastor es una imagen que no
resulta familiar a las nuevas generaciones urbanas. En algunas comunidades
rurales continúa existiendo la figura
del pastor: el hombre que guía y cuida a las ovejas. Si el rebaño es muy grande
el pastor se hace ayudar de otros jóvenes que son llamados zagales, quienes
obedecen las indicaciones del pastor para mejor guiar el rebaño.
El Señor Jesús se aplica el título
de Buen Pastor. Y el título no es
vano: no cumple la misión de guiar y cuidar el rebaño de la Iglesia por un
interés pecuniario (el asalariado)
sino por amor a cada uno de nosotros, miembros de la comunidad de creyentes. El
amor del Señor Jesús llega al extremo de dar su propia vida por los creyentes.
Jornada
de oración por las vocaciones sacerdotales
El Buen Pastor ha escogido o llamado
a algunos varones para que le sirvan como sus zagales. Ellos son los
sacerdotes.
La oración y promoción de las
vocaciones sacerdotales y religiosas es un agradable deber de todos los
creyentes. Cada quien debe pedir al Señor que nunca falten a su Iglesia el
número suficiente de vocaciones sacerdotales. Cada quien tiene el deber de promover
las vocaciones, cada cual según su propia condición: padres, familiares,
miembros de la comunidad de creyentes.
Hoy toda la Iglesia reza por las
vocaciones al sacerdocio. Hagámoslo nosotros también.
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