No es suficiente decir que se cree en Dios


Ya hemos escuchado decir en múltiples ocasiones a personas que, sin ningún tipo de vergüenza en mostrar su ignorancia, dicen que todas las religiones son iguales porque creen en el mismo Dios. El Señor les perdone semejante ignorancia.
También habremos escuchado decir, excusando tal vez porque son amigos o familiares nuestros, que los santeros, paleros o brujos no son malos porque creen en Dios. El Señor les perdone semejante ignorancia.
Ya desde los inicios de la fe cristiana aparecieron los mediocres que intentaron distorsionar el mensaje de Jesús. Santiago fue un campeón: «"Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe" ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. Los demonios también creen, y sin embargo, tiemblan» (St 2, 18-19). San Juan, en sus cartas, conmina a los creyentes a demostrar su fe de la única manera correcta: cumpliendo los mandamientos en el amor: “La señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos. El que dice: "Yo lo conozco", y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud. Esta es la señal de que vivimos en él” (1Jn 2, 3-5)
El Señor Jesús es tajante a la hora del compromiso de vida: “No todo el que diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos” (Mt 7, 21) La mediocridad no es una opción inteligente para los creyentes en Cristo Jesús: «”Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca. Tú andas diciendo: Soy rico, estoy lleno de bienes y no me falta nada. Y no sabes que eres desdichado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Por eso, te aconsejo: cómprame oro purificado en el fuego para enriquecerte, vestidos blancos para revestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez, y un colirio para ungir tus ojos y recobrar la vista. Yo corrijo y comprendo a los que amo. ¡Reanima tu fervor y arrepiéntete! Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos. Al vencedor lo haré sentar conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono". El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap. 3, 15-22)
Hoy escuchamos en el Evangelio como el Señor Jesús hablaba. Enseñaba a las gentes. Un demonio que poseía a un sujeto le grita: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios” Y aquí debe quedarte claro algo: El Demonio –Satanás, Mandinga, como quieras llamar– no solo tiene fe, no solo cree en Dios sino que además sabe quién es Jesucristo. Eso no lo hace bueno, ni un buen espíritu. Es su acción lo que determina quién es: el maluco mismo.

Satanás tiene un solo interés: hacer que los hijos de Dios se aparten de Jesucristo. Si se alejan de Jesús, si no aceptan la salvación, si no hacen de Jesús su Señor, entonces el Demonio crece en sus huestes. Habrá arrancado a un hijo de Dios de sus manos.
No le hagas el juego a Satanás. No caigas en sus tretas. No te apartes de Jesús. Arrepiéntete de tus pecados, acepta la salvación que te ofrece Jesucristo y haz de Jesús tu Señor.
¡Dios te bendiga!

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